A lo largo de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, es decir, por más de 30 años, la metáfora que primó en la concepción de la fe y de la Iglesia fue la del “esplendor de la verdad”, imagen que dio título a una encíclica del primero (1993). El Evangelio es la Verdad. La Iglesia es el Faro de la Verdad. Ambos pontífices, por lo tanto, se abocaron con toda su energía a confirmar la “Verdad”, la ortodoxia doctrinal en materia de fe y costumbres, cerrando con pronunciamientos definitivos casi todas las discusiones que podían comprometer la unidad de la Iglesia (es decir, casi todas). Es cierto que al mismo tiempo resaltaron insistentemente el valor de la misericordia, pero aclarando siempre que debe tratarse de la misericordia “auténtica”, la misericordia en el marco de la Verdad, caritas in veritate (como diría Benedicto).
Pero Benedicto renunció en febrero de 2013 y Francisco asumió en marzo, y a los pocos días propuso una nueva imagen. La Iglesia es ahora “un hospital de campaña” para los heridos de la vida. A un herido de guerra primero hay que asistirlo con las curas más urgentes, y sólo después preguntarle por su nivel de colesterol. Primero la misericordia. Después tendremos tiempo para conversar sobre la verdad. El “Faro” que ilumina al Mundo se redimensionó: ahora es una “lámpara” cuya humilde luz ilumina para el creyente el corto espacio para el siguiente paso.
No se trata de un mero cambio verbal, sino de un giro brusco que ha alterado la visión de las cosas. Un par de meses antes de la asunción de Francisco, definir a la Iglesia como un “hospital de campaña” hubiera encendido las alarmas de la Congregación para la Doctrina de la Fe; dirigir a la Curia Romana críticas como las del discurso a la misma de diciembre de 2014 le hubiera valido a cualquiera el mote de agitador; y afirmar “quién soy yo para juzgar a un gay”, hubiera significado para cualquier profesor de teología una inmediata remoción de la cátedra. Por no hablar de las duras críticas al mercado en Evangelii gaudium, que parecen dejar atrás los laboriosos equilibrios de sus predecesores, o el consejo dirigido a los católicos de Filipinas de no reproducirse “como conejos”, como representante de una Iglesia que desde 1968 ha hecho de la condena a la contracepción una de sus banderas más preciadas. Como consecuencia, quienes estaban del lado de la “ortodoxia”, sin haberse movido un ápice de sus ideas quedaron del lado de los “reaccionarios”.
Lo llamativo es que, dejando de lado las minorías críticas presentes en todo pontificado, la gran masa de quienes hasta febrero de 2013 aplaudían una cosa, desde marzo comenzó a aplaudir con idéntico fervor la otra. Se podría responder, con razón, que en los temas citados no hay una formal contradicción entre este pontífice y los anteriores. Pero sí hay un desplazamiento de énfasis tan evidente y abrupto, que la generalizada y entusiasta adhesión a la novedad del presente plantea dudas justificadas. En especial, respecto de aquellos con especiales responsabilidades o influencia en la reflexión de la Iglesia: obispos, sacerdotes, profesores universitarios, periodistas, intelectuales, agentes pastorales, etc. Nadie cambia de opinión tan rápido. Quienes hoy aplauden, seguramente debieron sentirse muy incómodos durante los pontificados anteriores. ¿De qué manera expresaron esa insatisfacción? Y si no lo hicieron, ¿por qué razón?
Algunos dirán que callaron por una cuestión de cautela, como posiblemente hoy muchos callen su desconcierto por la misma razón. Otros se justificarán señalando que hay una perfecta continuidad con el pasado, bajo las innegables diferencias de personas y estilos. Nada, sin embargo, disipa la impresión de que –dejando de lado defectos humanos como la inconsistencia, la hipocresía y el oportunismo– la cultura eclesial es todavía una cultura con rasgos fuertemente paternalistas y autoritarios, donde la figura del Papa funciona como la depositaria de la libertad crítica y hasta el sentido común de muchos, que renuncian a ellos a cambio de seguridad. Una Iglesia de creyentes maduros es el gran desafío del futuro.
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Join discussionAmigo Gustavo. Las imágenes que trae, hablan por sí solas. Hasta allí un análisis muy lúcido, y que logra expresar el giro del presente histórico del papado. Pero hecho en falta una conclusión que acierte mejor con la paradoja esencial del cristianismo, donde convive la más pura obediencia en la fe con la más alta libertad del espíritu. Un saludo cordial
El autor tiene razón. Pero es muy lamentable que esto haya ocurrido. La Iglesia tiene que ser faro porque Jesucristo constituyó a los Apóstoles «luz del mundo y sal de la tierra»; y la luz no ha de esconderse bajo un cajón sino que ha de alumbar en el lugar más alto de la casa. Por tanto, esta luz pequeña que sólo alumbra el pasoa paso, es una apostasía, en mayor o menor grado, pero una apostasía al fin. ¿El hospital? Siempre estuvo: la Iglesia nunca dejó de ser samaritana. Pero no puede dejar de ser maestra porque el Señor la mandó a enseñar: Ite, docete… Esto es luteranismo, no catolicismo. Con todo respeto lo digo.
Estimado Presbítero Irrazábal,
Su visión de la Iglesia, es incisivamente “programática”. Trataré de explicarme:
Quizás sea que el Evangelio es todo él prólogo, pero los teólogos se encargan de hacerle un índice. Y al evangelio lo transforman en una definición arbitraria. Aunque, tan arbitraria que las muchas que se tratan de justificar racionalmente en economía, o en ciencia.
La Iglesia podría ser Verdad con misericordia; como también podría ser misericordia con verdad. Pero ¿qué importancia tiene?
No se aprecia en el papa Francisco una actitud de afirmar el evangelio, o de justificarlo racionalmente. Seguramente, el Pontífice se interesa más en el hombre, y menos en las ideas; trata de afirmarnos a nosotros mismos, gratuitamente, sin pruebas, procediendo lealmente y sin engaños.
Siendo la doctrina importante, no es lo más importante en ésta Iglesia del papa Francisco. Frente a esto, considerarse “reaccionario” es, quizás, una calificación peyorativa e injustificada, de un grupo en el que el presbítero Irrazábal desea insertarse.
Debo decir, por último, que me produce un profundo desagrado que un presbítero, y profesor de la UCA, descalifique a otro sector de la Iglesia como inconsistentes, oportunistas e hipócritas.
Esto es muy lamentable.
Estimados Mario Caponnetto, y presbítero Gustavo Irrazábal,
Apostasía es una palabra que puede tener uno de dos significados:
1) Es una negación, o una renuncia, o la mismísima abjuración de una fe.
2) Es un acto de prescripción de la condición de presbítero (en este caso), incumpliendo sus obligaciones clericales.
La apostasía es una negación de grado superlativo. El apóstata es un negador superior, compatible con la negación de un “reaccionario”, aunque no tan peyorativo.
¿Qué es esto? Se está haciendo uso de una terminología extrema, que requiere declaración de un hombre, de un “apóstata”, de un “reaccionario”.
Yo les pregunto:
Señor Mario Caponnetto: ¿Usted realmente se declara apóstata?
Presbítero Gustavo Irrazábal: ¿Usted realmente se declara “reaccionario”?
Nota de gran lucidez. Finalmente un análisis interesante sobre el profundo cambio de rumbo en la dirección de la iglesia.
Posiblemente el Pbro. Irrazabal no se ha dado cuenta como «expresaron esa insatisfacción» los que «debieron sentirse muy incómodos durante los pontificados anteriores».
Basta ver cuantos ya no están en la iglesia. Cuantos viven sin siquiera pensar un instante en la iglesia, ver cuantos creen que nuestra fe es una simple superstición.
Sentirse «faro», que ilumina por encima, dueño de «la VERDAD» inmutable, es lo más antievangélico que se puede imaginar.
En Criterio está publicado en el año 2010. Yo pedía a Dios «un Papa que se llame Francisco, mucho más cerca de Dios y de sus hermanitos los pobres que de la teología, la filosofía y el poder» y esta gracia enorme me fue concedida. ¡Saluto’ Si!
Muy buena nota. El «hospital de campaña» puede transformarse en un «faro» en la noche oscura de una guerra y a eso apunta creo Francisco I. Tanto el laicado como la jerarquia parecieran jugar un rol «seguidista» ciertamente acritico. No esta exento como causal en esto el rigor disciplinario que la influencia del Card. Ratzinger, luego Benedicto XVI tuvo desde el papado de Juan Pablo II. Tampoco cierto «papalismo» exagerado que rige la iglesia de hace varios siglos, herederos de las ideas de la monarquia absoluta. Bienvenidos aires nuevos aunque llevara tiempo que la libertad fraterna se haga normal en laicado y jerarquia.
Señor Presbítero Gustavo Irrazábal,
La suya es toda una proclama.
En primera instancia, uno podría concluir que Usted se siente un “creyente maduro”, inmerso en una cultura paternalista y autoritaria. ¿Y qué va a hacer al respecto?
Pretenderá que los demás cambien, y Usted no, porque es el dueño de la verdad. O quizás, siendo “creyente maduro”, también es “cauteloso” en su desconcierto.
Lo cierto es que Usted, presbítero Irrazábal, está en lucha con su ministerio y su oficio. Y eso es la causa principal de las más íntimas desgracias.
¡Dura cosa es para quien tenga consciencia, la de ganarse la vida con un menester que en el fondo reprueba¡
Este drama íntimo se da en todas las profesiones. Es como elegir entre varios caminos sin conocerlos. Y casi todas las profesiones, créame presbítero Irrazábal, no son sino prostitución. O lo que es lo mismo: “lucha por el garbanzo”.
P. Irrazábal: soy una simple creyente y me llamó la atención su afirmación al finalizar la nota… «Una Iglesia de creyentes maduros…»
Quiénes son los creyentes maduros? los que contestan? los que adhieren a lo enseñado por un Papa si y otro no? los que son capaces de juzgar y apuntar?… Me gustaría saberlo…
Sin intentar ser dura… dónde queda la fe en que es el Espíritu Santo quien lleva la Iglesia? (no he leído nada que se refiera a ella). Y no hablo de fideismo, sino de la fe de quien humildemente deja que el Magisterio nos guíe, sabiendo que la doctrina es perfectamente compatible con lo pastoral y que Dios quiere llegar a todos… por la verdad y por la misericordia… que no se contraponen, porque el mismo Dios es Verdad y es Misericordia.
Un mundo tan herido y alejado por nuestra «sana doctrina»… requiere hoy nuestra cercanía y misericordia! Y considero que éstos son los creyentes maduros que el mundo y la Iglesia necesitan.