Publicamos algunos fragmentos del artículo publicado del reconocido economista Jeffrey D. Sachs en American Magazine en mayo pasado.
El papa Francisco ha declarado que la alegría del Evangelio puede ayudar al mundo para superar la “globalización de la indiferencia hacia los demás”. Sin duda llevará este mensaje cuando visite los Estados Unidos. Pero cuando lo haga se va a encontrar con una sociedad encadenada a una idea diferente, la de los innegables derechos a la vida, a la libertad y a la procura de la felicidad. El núcleo urgente del mensaje de Francisco, que es el mensaje de Jesús en el Sermón de la Montaña, desafía esta idea americana al proclamar que el camino hacia la felicidad no reside sólo o principalmente en la defensa de los derechos sino en el ejercicio de las virtudes, en especial justicia y caridad.
Francisco percibe una crisis en el espíritu humano de nuestro tiempo caracterizado por su incapacidad de atender al sufrimiento de los demás. No es una crisis de escasez de medios materiales –como enseña la economía moderna– sino de moral. Sufrimos una pobreza moral en medio de una plétora material, fracasamos en vivir correctamente en una era de riqueza material sin precedentes.
Esta es una idea ajena a la ideología de los derechos que domina el discurso ideológico norteamericano. En los Estados Unidos aprendemos que el camino de la felicidad descansa en los derechos del individuo. Al librarse del yugo del rey Jorge III y abrir la búsqueda individual de la libertad, los primeros norteamericanos creían que iban a alcanzar la felicidad. Es más, creyeron que iban a alcanzar la felicidad en tanto individuos, dado que cada uno poseía derechos individuales otorgados por el Creador.
No cabe duda de que esta idea es grandiosa. Como hijos de Dios, los individuos tienen derechos para vivir libres de persecución, para ser tratados como fines y no como medios, como señalara Kant. La dignidad del hombre requiere los derechos del hombre, como dijo Thomas Paine.
Sin embargo, desde el punto de vista del Evangelio, estos derechos son sólo una parte de la historia, solo una faceta de la humanidad. Las Bienaventuranzas, que el papa Francisco considera clave de la verdad del Evangelio, no tratan en absoluto de los derechos individuales sino de las virtudes que señalan el camino hacia una vida plena. El Sermón de la Montaña no es una defensa del individuo sino un llamado a la humildad, al amor y a la justicia.
En términos modernos, diríamos que los derechos deben ser balanceados con las responsabilidades. Kant decía que los derechos debían estar acompañados de obligaciones, siguiendo el imperativo categórico. Según Kant, tenemos la obligación de comportarnos de acuerdo a estas máximas, y sólo de aquellas que puedan convertirse en universales.
Pero tanto Jesús como los filósofos griegos proponían algo diferente. Será útil que consideremos la visión de Aristóteles a través de Santo Tomás de Aquino, que armonizó la visión aristotélica de la vida buena con las enseñanzas de Jesús en la montaña. Para Aristóteles no se trata de equilibrar los derechos con las responsabilidades, como diríamos hoy, sino del hecho de vivir nuestras vidas no sólo como individuos sino también como miembros de la sociedad.
La forma correcta de vivir
Qué extraño es para los oídos y la visión de los norteamericanos contemporáneos la declaración en las páginas iniciales de La Política: “El Estado es por naturaleza anterior a la familia y al individuo puesto que el todo es anterior a las partes”. Aristóteles no dice que el Estado pueda voluntariamente aplastar al individuo sino que el individuo encuentra sentido a la vida y el camino a la felicidad en tanto es ciudadano de la polis, del Estado. En una frase, que aún hoy sigue teniendo mucha repercusión, Aristóteles afirma que “el hombre es un animal social”.
Tanto para Aristóteles como para Jesús en las Bienaventuranzas el camino para alcanzar la felicidad es el ejercicio de la virtud, lo que implica una forma correcta de vida para cada individuo como miembro de la sociedad. El mensaje de Aristóteles es que la felicidad, eudaimonia, se alcanza por la práctica y el cultivo de las virtudes, lo que implica la moderación en la búsqueda de riquezas materiales y el buen ejercicio de la ciudadanía. El mensaje de Jesús es que la felicidad y, por cierto, la salvación, no se encuentran en la procuración de bienes materiales sino a través de las virtudes de la humildad y la justicia, incluyendo “el dar de comer al último de los vuestros”.
La Iglesia enseña que la felicidad individual sólo se alcanza en solidaridad con la comunidad, “en la firme y perseverante determinación de comprometerse cada uno en el bien común”, como decía Juan Pablo II. Como declara la Doctrina Social de la Iglesia “la persona humana no puede realizarse plenamente en sí misma, ya que de hecho existe ‘con otros’ y ‘para otros’ ”, un dato confirmado por estudios psicológicos.
¿Podrían estas ideas sueltas ayudarnos para encarar los desafíos de nuestro tiempo? ¿Podrían iluminar la misión de Francisco para superar la globalización de la indiferencia? Creo que sí.
En el discurso político corriente en los Estados Unidos, los indubitables derechos del individuo se trasmutaron en la moderna doctrina del libertarismo. Esta doctrina no sólo pone a los derechos individuales en un pedestal sobre todos los demás sino que también niega que la sociedad pueda reclamar a cada individuo que dé cuenta de su conducta en relación a los demás, además de respetar su libertad. Así, cada individuo es libre de definir como le parezca lo que es la virtud. Por otra parte, no da ninguna respuesta al tema del sufrimiento, que es la gran novedad de las Bienaventuranzas, en que Jesús proclama que los que sufren poseerán la tierra, serán llamados hijos de Dios y verán a Dios.
Los resultados en los Estados Unidos son perturbadores. Una mortaja de corrupción se extiende sobre el gobierno, los bancos y otros sectores de la economía, incluyendo hasta la salud. Los libertarios arguyen que la creciente brecha entre ricos y pobres no es una causa que exija una respuesta política. En nombre de los derechos del individuo se deja que los pobres sigan sufriendo y que los súper-ricos se excusen de las exigencias de la virtud y de la común decencia.
Tal vez los extraordinarios éxitos comerciales de Norteamérica significaban que las normas del mercado, especialmente la libre decisión del consumidor, podrían, eventualmente, convertirse en las normas básicas de la sociedad misma. Tal vez la publicidad y los “mercaderes de la persuasión” en relaciones públicas convencieron a los norteamericanos de que la felicidad estribaba en una adquisición más, en una compra más.
El mensaje imperioso del Papa al mundo –y que el mundo está escuchando– es que el camino superador de la indiferencia ante el sufrimiento de los otros se encuentra en revitalizar las virtudes evangélicas. Este es un mensaje convincente, creo yo, aunque resulte muy extraño a la mente moderna, en especial a la de los norteamericanos, que más bien esperarían un alegato por las responsabilidades legales – “debes pagar los impuestos” – que un llamado a las virtudes. En efecto, se inclinarían a descartar este tipo de llamados a la responsabilidad social (“tengo el derecho de guardar mi dinero, puesto que me lo he ganado”) pero, por lo menos, están familiarizados con el lenguaje de los derechos y de las responsabilidades.
Sin embargo, el llamado a las virtudes es más profundo y, al final, más convincente. El Papa no viene a censurar sino como guía para ayudarnos a encontrar una solución a la pobreza del espíritu en la marea alta de la afluencia material. No está hablando el lenguaje de los derechos y responsabilidades sino del significado del hombre. Nos está diciendo que la dignidad no se encuentra sólo a través de los derechos individuales y en el libre mercado sino en el interior de cada persona que busca las virtudes de la caridad, la justicia y la compasión en solidaridad con el bien común. Esto, después de todo, es el mensaje de esperanza que congregó a multitudes para escuchar la prédica de Jesús.
Como macro-economista intenté incluir el desafío de la compasión en los términos duros de las cuentas de ingreso nacional. Durante 20 años he tratado de trabajar el balance de la justicia social, por así decir, a los efectos de medir la escala de las inversiones necesarias para que la sociedad logre superar la pobreza extrema, controlar enfermedades epidémicas como el SIDA, la tuberculosis, la malaria y el Ébola, y convertir nuestros sistemas energéticos de combustibles fósiles, que alteran el clima, hacia fuentes seguras de bajo empleo de carbono, como la energía solar, eólica y las usinas geotérmicas e hidroeléctricas. La paradoja es que he encontrado, siempre, que con una mínima inversión de bienes materiales, tal vez un 2% ó 3 % por año de nuestro ingreso mundial, podríamos movilizar nuestra excelencia tecnológica para terminar con los horrores de la pobreza extrema, la enfermedad y la degradación ambiental que causan un inmenso sufrimiento a nivel global y que de hecho ponen en peligro nuestra supervivencia. Sólo es cuestión de intentarlo.
Estamos frente a una crisis moral, no a una crisis material; encaramos un problema no de medios sino de fines. Como diría Aristóteles, poseemos la techné (el conocimiento tecnológico) pero no la phronesis (la sabiduría moral) para elegir la supervivencia y no la muerte. Las palabras cuentan, y el Evangelio tanto como las enseñanzas de Aristóteles, Buda y Confucio sobre el camino que lleva a la felicidad a través de la compasión pueden convertirse en indicadores de recuperación de la seguridad.
Francisco llegará a los Estados Unidos y a las Naciones Unidas en ocasión de los 70 años de la ONU, momento en que 193 gobiernos del mundo han decidido reunirse para tomar medidas solidarias a favor de un mundo mejor. El 25 de septiembre el Papa hablará ante los líderes mundiales, seguramente la mayor reunión de jefes de estado y gobierno en la historia, cuando estos líderes debatan la adopción de nuevos Objetivos de Desarrollo
Sustentable para las futuras generaciones. Éstos podrían convertirse en un faro para políticos, sociedad civil, activistas, científicos, empresarios y especialmente gente joven para volver a infundir compromisos de justicia social y sanidad ambiental en la política y en nuestra vida cotidiana.
El mensaje de Francisco ayudará a incorporar un lenguaje universal de virtud y felicidad a los objetivos que serán adoptados por los estados miembros de las Naciones Unidas. Creo que con este aliento los Estados Unidos y el mundo serán impulsados hacia un curso mejor para la seguridad, la dignidad humana y el bienestar de las próximas generaciones.
Traducción de Antonio M. Battro
Jeffrey D. Sachs, economista, es profesor en la Universidad de Columbia en Nueva York y director del Earth Institute. Es consejero especial de Ban Ki-moon, Secretario General de las Naciones Unidas. Su libro más reciente es The Age of Sustainable Development (Columbia University Press, 2015).
Ha participado recientemente en varias actividades de la Pontificia Academia de Ciencias, en particular en las sesiones sobre el desarrollo sustentable: Sustainable Humanity, Sustainable Nature: Our Responsibility
www.pas.va/content/dam/accademia/pdf/es41/es41-sachs.pdf
1 Readers Commented
Join discussionEstimado Sr Sachs, muchas gracias.
Coincido con Usted, plenamente. «El mensaje de Francisco ayudará a incorporar un lenguaje universal de virtud y felicidad» .
Se agradece al Señor Antonio Battro por su excelente traducción.