Publicamos la presentación del libro El Gran Reformador. Francisco, retrato de un papa radical, escrito por el periodista inglés Austen Ivereigh, a cargo del jesuita chileno Fernando Montes, quien colabora en esclarecer algunos puntos poco conocidos de la biografía de Jorge Bergoglio.
Agradezco que me hayan invitado a presentar este libro sobre la vida del papa Francisco. Él me ha ayudado en parte a releer mi propia vida pues muchas de las cosas que aquí se narran fueron también vividas por mí en primera persona. Viví en la Argentina una parte muy significativa de mi formación como jesuita y no sólo fui compañero durante un período de los estudios con Jorge Bergoglio sino que posteriormente debimos cumplir misiones semejantes dentro de la Compañía. Ambos fuimos maestros de novicios y formadores de jóvenes jesuitas; ambos fuimos provinciales de nuestros respectivos países siendo muy jóvenes; ambos asistimos a dos congregaciones generales, que son las instancias máximas de gobierno de la Compañía de Jesús, donde trabajamos codo a codo y discutimos los principales problemas que debíamos afrontar como orden religiosa. Nos tocó vivir desde dentro y en nuestra propia vida los cambios que introdujo el Concilio en la Iglesia y en la vida religiosa; los dos tuvimos que situarnos frente a gobiernos militares que atropellaron fuertemente los derechos humanos.
Tengo además una perspectiva privilegiada para leer este relato con mucha hondura porque en dos ocasiones di ejercicios espirituales a la Provincia Argentina en el colegio máximo de San Miguel, donde Jorge Bergoglio fue rector. Esa es un oportunidad para hablar con mucha personas a corazón abierto. Además me pidieron preparar a un grupo de jóvenes jesuitas argentinos a su ordenación sacerdotal en lo que llamamos el mes Arrupe. Todos ellos habían recibido su formación religiosa bajo la influencia del padre Bergoglio. Pude conocer por dentro la calidad de esa formación, sus puntos muy positivos y sus defectos.
Habiendo dado ejercicios en casi todas las provincias de América latina, tengo una cierta visión para comparar la situación de la Argentina con las otras provincias y poner en guardia ante cierta impresión de que todas las otras provincias latinoamericanas se habían comprometido acríticamente con la teología de la liberación o que habían interpretado incorrectamente la opción por la justicia que definía la misión de la Compañía.
Conozco personalmente a casi todos los jesuitas que se nombran en este texto y eso me permite también calibrar los juicios que se hacen sobre algunos de ellos a lo largo de estas interesantes y documentadas páginas.
Como es natural en una historia que es muy compleja y en momentos conflictiva, no siempre coincido con todos los juicios que formula el autor y por supuesto no pretendo que mi visión ser necesariamente la más justa. Tengo mucho menos información directa sobre el material que se entrega en los últimos capítulos que describen la acción pastoral de Jorge Bergoglio como obispo auxiliar y como cardenal arzobispo de Buenos Aires.
Consideraciones generales
En primer lugar deseo recomendar vivamente la lectura de este texto. Se trata de un libro serio que es fruto de un extraordinario trabajo de investigación, que ofrece los elementos históricos para entender los contextos eclesiales y políticos donde se desarrollan los hechos. Del mismo modo se proporcionan al lector numerosas, pertinentes y bien elegidas citas que ayudan conocer directamente el pensamiento de Francisco y de los actores involucrados en el relato. Parte importante del contenido de esta biografía proviene de centenares de entrevistas a personas que en las más diferentes situaciones se relacionaron con el futuro Papa. El libro es entretenido y ameno. Difícilmente se puede a tan corta distancia de los hechos presentar una biografía más completa y más cercana a las fuentes.
Aunque en algunos puntos importantes tengo diferencias e información adicional que podría complementar y hasta corregir lo que se dice, el libro me ha hecho un extraordinario bien. La última parte, que describe el trabajo episcopal de Jorge Bergoglio y sus primeros tiempos como Pontífice, han sido para mí una lectura que me ha conmovido religiosamente y me ha desafiado espiritual y pastoralmente. Al parecer las dificultades experimentadas por el Papa como provincial de los jesuitas y como formador contribuyeron a hacer de él un gran obispo…. Un verdadero y admirable pastor, aunque como jesuita debo añadir que en la grey de Jesucristo hay diversas figuras de pastores como fueron diversas las figuras de Pedro, de Juan y de Pablo, que amaron apasionadamente Jesús y los siguieron hasta la muerte sirviendo a la Iglesia de diversas maneras.
Parte de los problemas relatados provienen de la no aceptación de la existencia de figuras tintas en el trabajo pastoral.
Estructura y contenido
El libro cuenta con un prólogo, nueve capítulos y un interesante epílogo. Cada capítulo se inicia con un episodio del pontificado de Francisco “para que el lector lo tenga fresco en la mente. De este modo pueden establecerse conexiones con el pasado sin forzar el flujo o la integridad de la narración”, afirma el autor.
El primer capítulo narra la historia de una familia de inmigrantes italianos de clase media católica que llega a la Argentina. Particularmente interesante me parece la figura del padre y sobre todo de la abuela, que tienen relaciones estrechas con sacerdotes salesianos. Ahí se narran los primeros años del futuro Papa, sus estudios, su formación religiosa y su piedad, sus trabajos para aliviar la situación económica y su ingreso al seminario de Buenos Aires, que prepara la entrada a la Compañía de Jesús.
El segundo capítulo nos presenta el ingreso a la Compañía de Jesús y la larga formación en la Argentina y Chile. Parte de esa formación la compartimos como compañeros. Ahí comprendió y asumió la misión del jesuita. Guiado por el maestro Miguel Angel Fiorito, que fue también mi maestro, Bergoglio conoció las fuentes de la espiritualidad de san Ignacio y se preparó para ser futuro formador de jesuitas.
Los capítulos tercero, cuarto y quinto son particularmente complejos porque ahí quedan de manifiesto los profundos cambios producidos en la Iglesia universal por el Concilio, las diferentes lecturas que se hicieron de él, los cambios en la Iglesia latinoamericana, sobre todo en Medellín, y los cambios que se producen la Compañía a partir de las Congregaciones Generales 31 y 32. La Congregación general 31 (1965-66)puso a la Compañía en la línea de Concilio, procurando volver a las fuentes originales del carisma ignaciano y a la vez discerniendo los signos de los tiempos para responder a los cambios producidos en el mundo. La congregación 32 (1974-75)redefinió la misión del jesuita, uniendo íntimamente el servicio de la fe con la promoción de la justicia. Esta opción de la Compañía por la justicia fue una fuente de problemas, como lo señala el libro que comentamos. Recuerdo con emoción las palabras del superior general padre Pedro Arrupe cuando nos aprontábamos a votar el decreto que redefiniría la misión de la Compañía acentuando la promoción de la justicia. Él interrumpió la sesión y nos advirtió que esta opción por la justicia traería problemas, que muchos de nuestros amigos nos abandonarían y nos criticarían, y que nos obligaría a revisar nuestros ministerios. Sus palabras fueron proféticas pues se generaron dificultades internas y externas incluidas tensiones con la Santa Sede. Cabe señalar, sin embargo, porque no está acentuado en el libro, que el conflicto de esa congregación general con el Papa se produjo a propósito de la extensión del cuarto voto a todos los jesuitas.
En estos capítulos se relatan los años como formador de Jorge Bergoglio y el periodo como superior provincial y lo que sucedió cuando dejó su cargo y asumió como rector del Colegio Máximo de San Miguel. Ahí se exponen las tensiones profundas que vivió la provincia jesuítica argentina.
El nuevo estilo de formación de los jesuitas, con mucha presencia en las poblaciones marginales, con trabajos manuales y férrea disciplina, y sobre todo el modo de gobierno muy dependiente del superior, generó serias divisiones. Las tensiones con los sectores más intelectuales fueron grandes. No es del todo justo decir que de un lado estaban todos los jóvenes y de otro los mayores y conservadores; la división era más transversal. Tampoco es justo decir que de un lado estaban los izquierdistas politizados y de otro los pastoralistas moderados.
Cabe señalar también las diferencias que se produjeron con los países vecinos. De algún modo el conflicto marca la relación de la Provincia Argentina con las provincias hermanas de América Latina, de las que estuvo bastante aislada.
Al dejar su cargo de rector del colegio máximo, Jorge Bergoglio fue enviado a Córdoba y se le propuso sacar un doctorado en Alemania. En sí mismo no tiene nada de extraño que, luego de desempeñarse como provincial y rector del Colegio Máximo, el padre Bergoglio haya sido enviado a Córdoba a nuestra residencia, pues es absolutamente normal que después de ejercer un cargo uno vuelva al estado llano. Sin embargo, dado que en el último tiempo había habido una clara diferencia con las orientaciones recibidas de Roma, y que había problemas en la provincia, su envío a estudiar y a Córdoba fue percibido por muchos como una especie de exilio.
Estos capítulos terminan con un doloroso y complejo corte del padre Bergoglio con la Compañía que se hace dramático cuando siendo ya obispo debe dejar la residencia central de los jesuitas en el centro de Buenos Aires. Ese corte, sin embargo, no impidió que el Arzobispo siguiera sintiéndose y siendo jesuita, viviendo la espiritualidad de san Ignacio.
Esa experiencia penosa, procesada en el silencio y supongo que con mucho sufrimiento, dejó grandes enseñanzas para una mejor forma de ejercer la autoridad como pastor de la diócesis de Buenos Aires. Ese corte con la Compañía afortunadamente fue, gracias a Dios, honda y muy radicalmente superado luego de la elección del cardenal Bergoglio como Sumo Pontífice. La entrevista muchas veces citada del nuevo Papa a las revistas jesuitas señala la hondura de los cambios y el reconocimiento de los problemas que existieron. Ha sido notoria su amabilidad y cercanía con el Superior General y significativa sus visitas y celebraciones litúrgicas en ocasiones importantes.
Los capítulos seis, siete y ocho narran el período en que Jorge Bergoglio se desempeñó como obispo de Buenos Aires. Son capítulos verdaderamente conmovedores que muestran el trabajo de un verdadero pastor que han tocado mi alma sacerdotal. En ese período él aparece –conforme a la expresión del padre Arrupe–como “hombre para los demás”, muy sencillo en su modo de vivir, muy cercano a todos y especialmente a los sacerdotes que más lo necesitaban. Estuvo verdaderamente próximo a los pobres pero esa cercanía fue también acompañada de un análisis de las estructuras y una crítica seria a instituciones y políticas que generaban la pobreza. Sorprende del mismo modo su apertura doctrinal, que le permite una consideración atenta a las situaciones que viven las personas concretas para atenderlas en la particularidad de sus problemas. Finalmente, el libro dedica bastantes páginas al trabajo ecuménico, que lo acercó no sólo a las Iglesias cristianas sino al mundo judío y al mundo musulmán.
El último capítulo y el epílogo se centran en el cónclave y en las repercusiones que ha tenido en el mundo la elección del primer Papa latinoamericano. Esas páginas no son suaves en sus críticas al mundo vaticano que ha debido enfrentar. Allí queda muy claro el nuevo estilo pastoral y la necesidad de reducir el centralismo para permitir una colegialidad de una nueva comunidad de la Iglesia. Se reflejan también las enormes esperanzas y el entusiasmo que él ha suscitado pero también las críticas de ciertos sectores.
Para finalizar, desearía abordar algunos puntos concretos.
a)Tensiones mal resueltas. Hay algo muy de fondo en la vocación jesuita que ha suscitado, a lo largo de la historia, enormes conflictos que llevaron hasta la supresión de la Orden pasando por numerosas expulsiones y dificultades.
La vocación jesuita debe enfrentar en su esencia tensiones que a primera vista parecen insalvables. Ella tiene que compaginar en armonía términos casi contradictorios. Pretender suprimir uno de esos términos que generan las tensiones significaría en la práctica matar nuestro estilo. El jesuita debe ser un hombre contemplativo y a la vez activo; debe estudiar mucho y a la vez no ha de perder jamás la sencillez y la humildad, evitando sentirse dueño de la verdad; debe ser profundamente libre por su capacidad de discernir y opinar, siendo a la vez un hombre radicalmente obediente; debe hacer todo como si el resultado dependiera absolutamente de él sabiendo que todo depende de Dios; debe estar en el corazón de la Iglesia y sin embargo ser capaz de vivir en la periferia, dialogando con esa periferia y con las nuevas culturas, asumiendo sus preguntas y sus búsquedas; debe ser pobre y despojado y a la vez saber usar todos los medios si ellos son necesarios para la gloria de Dios y al servicio del reino; debe tener una mirada universal pero a la vez asumir las diferencias y encarnándose en lo más concreto; debe ser capaz de analizar las estructuras y las instituciones sin perder el cuidado de las personas; como los primeros padres, todo jesuita debe ser muy fiel al carisma, a la moción del espíritu y sin embargo saber que la Encarnación exige la existencia de instituciones sólidas para que el carisma no se haga personalista. La historia de la Compañía está llena de estas tensiones. Los primeros jesuitas no querían fundar una institución porque ella iba a encerrarlos y llenarlos de reglas; sintieron que la institución podía matar el espíritu misionero, pero comprendieron que su carisma moriría con ellos si no fundaban una institución, con todos los riesgos que eso conlleva.
Tengo la impresión que el modo de enfrentar las tensiones en la provincia argentina en tiempo del padre Bergoglio provocó la ruptura entre intelectuales y pastorales, entre los que se acercaban a los pobres y quienes estudiaban las estructuras que generaban la pobreza, entre un razonable nacionalismo que busca concretar las soluciones y el espíritu universal.
Me parece que parte de los problemas se situaron precisamente en la dificultad de vivir la tensión propia de la vocación jesuita. Se simplificó la tensión acentuando sólo un lado y generando con eso división.
San Ignacio nos enseñó a salvar la proposición del prójimo, a buscar la parcela de verdad que existe aún en el que está más errado, y a no dividirnos entre buenos y malos. En mucha de las corrientes exageradas que pudo haber en esos tiempos, por ejemplo, en la teología de la liberación, había un germen de profunda verdad que él, jesuita, debía saber descubrir. Creo que faltó ese discernimiento fino y difícil que evita la división y permite la integración de personas con visiones distintas en un cuerpo.
El libro, por todas las circunstancias que tiene que reflejar y por la cantidad de información que contiene, no fue suficientemente sensible a este elemento tensional de la vocación jesuita. El cuerpo jesuita, como cuerpo, debe tener gente inserta entre los más pobres y a la vez científicos que dialogan con los científicos, pero escuchando también a sus hermanos que están en la periferia social. En la Compañía hay lugar para un pastor y para quien trabaja con un microscopio, enriqueciéndose ambos para la construcción del reino. No está mal que haya un jesuita que esté en el contacto más profundo con la miseria y que haya quien pueda dialogar con ciertas élites sin mimetizarse con ellas… pero que entre ambos puedan hablar, enriquecerse y comprender la complejidad del mundo social. Todo jesuita debería ser un misionero donde esté. Esta elasticidad dialéctica es particularmente importante en tiempos de cambio. Gobernar un cuerpo de esta naturaleza es en extremo difícil y supone escuchar mucho, respetar vocaciones, no imponer caminos únicos y, por lo tanto, tener mucha claridad en los fines y enorme libertad en el uso de los medios y de los senderos que conducen a esos fines.
b) Peronismo. Para un extranjero como lo fui yo en la Argentina no es fácil entender el fenómeno del peronismo, que de algún modo tiene relación con los problemas vividos por los jesuitas argentinos. El peronismo comporta un acercamiento al pueblo entendido como principio hermenéutico y fue asumido en la Argentina como solución frente a las graves crisis que había padecido el país en manos de una oligarquía política; sin embargo, a la larga generó también graves problemas al país. Su cercanía al pueblo y la sensibilidad ante sus problemas lo hace muy atractivo para un pastor y un espíritu cristiano. Hay en el peronismo elementos de populismo alejados del marxismo con elementos religiosos muy tradicionales. Ciertamente es una visión bastante diferente a la que tuvimos en Chile y nos resulta muy difícil su intelección. El peronismo, que encierra elementos de derecha e izquierda, de democracia y dictadura, de innovación, de nacionalismo, supone para su integración una conducción carismática bastante personalista como fue la de Perón y la de Evita. Tengo la impresión de que la tensión entre carisma e institución, entre institución y personalismo, afecta a algunas expresiones históricas del peronismo, que ha tenido mucha dificultad para institucionalizarse, y para establecer intelectualmente los principios rectores que eviten la diáspora, los grupos centrífugos y las divisiones intestinas. Sólo un liderazgo muy intenso permite la cohabitación tan heterogénea de tendencias.
Sin duda el peronismo conocido desde muy joven por Jorge Bergoglio le ayudó a ser cercano a su pueblo, a vibrar con los problemas de la gente sencilla y común. Creo sin embargo que al menos en sus primeros años su liderazgo fue excesivamente personalista. Las enormes cualidades personales y su atractivo hicieron que muchos jesuitas , y sobre todo muchos jóvenes, lo asumieran como un líder salvador, generando con él una relación afectiva de excesiva dependencia. Eso puede tener como contrapartida la división de aquellos que no están dispuestos a seguir tal modo de liderazgo. Ahí no había lugar para otros liderazgos ni para ningún tipo de disidencia. Esto se hizo particularmente delicado en la manera de formar a los jóvenes.
c)Congregación XXXII, marxismo, justicia y teología de la liberación. No hay duda de que la congregación 32, que definió la misión de la Compañía ligando el servicio de la fe con la promoción de la justicia, pudo generar problemas a la provincia argentina de la Compañía de Jesús, y su relación con las provincias hermanas y con el gobierno central de Roma. Sin embargo, tengo la impresión de que el texto no refleja con total precisión la compleja situación que se produjo en la Compañía luego de esa congregación.
Al asumir la promoción de la justicia como elemento esencial de su misión, la Compañía de alguna manera siguió las orientaciones del sínodo sobre la justicia que se había celebrado poco antes en Roma y ciertamente se puso en sintonía con muchas de las ideas que el episcopado latinoamericano había desarrollado en la conferencia de Medellín. Si bien en torno a la justicia hubo exageraciones y en algunas partes eso pudo prestarse a malos entendidos, en general las provincias latinoamericanas no exageraron en su celo por promover la justicia, algunos hasta se quejaban de eso, y ciertamente la enorme mayoría no se inspiró en el marxismo para tomar sus decisiones ni fue favorable a la violencia. Los centros sociales (CIAS) que existían en casi todos los países se abocaron a estudiar la violencia institucionalizada que generaba las estructuras injustas, como lo indicó Medellín. Eso hirió muchos intereses y provocó problemas, y dada la realidad del continente, muchos consideraron que esa visión era un resultado del influjo marxista.
Me quedó la impresión, en la lectura del libro, de que se asumía poco críticamente la opinión de que los CIAS y los jesuitas latinoamericanos radicalizaron la interpretación de la congregación 32. Creo que realmente la enorme mayoría fue moderada en su manera de enfrentar la extrema injusticia. El CIAS argentino no fue ciertamente un centro de izquierda radical y su conflicto con el provincial no se explica por ese radicalismo casi violento que al parecer se le achaca.
El conflicto de la congregación 32 con la Santa Sede no fue en su comienzo de tipo social. Se produjo por la petición proveniente de casi todas las provincias de extender a la totalidad de los jesuitas la posibilidad de hacer el voto de obediencia al Papa que pronuncian sólo algunos. Pablo VI, en el discurso inaugural de la congregación, advirtió que no se vería cómo se podía extender ese voto a todos sin afectar el carisma de la Compañía de Jesús. Después de una seria reflexión, los congregados representaron al Papa cómo podía compaginarse ese carisma con la solicitud planteada por una gran mayoría. Esta representación tan propia del modo en que los jesuitas practican su obediencia fue interpretada por la Santa Sede como una especie de rebelión. El sentimiento general que llevó a esta representación se basa en los profundos cambios producidos y que hacen difícil comprender que haya diferencias que generan jesuitas de primera y de segunda dentro de un cuerpo que hoy de hecho es homogéneo. Está claro que este conflicto se hizo con el tiempo más complejo y abarcó el modo de comprender y vivir el concilio y de enfrentar los cambios culturales y, en particular, el fenómeno de la injusticia.
Por lo anterior considero que a pesar del enorme valor de este libro hay algunos matices que tal vez no reflejan en toda su complejidad la realidad latinoamericana y en parte el conflicto que en ese momento se suscitó con la Santa Sede.
d) Alusiones a algunos jesuitas concretos que también merecerían ciertas precisiones. Por las razones señaladas más arriba no me parece que el conflicto del provincial con algunos jesuitas tenga su razón de ser en una radicalización política. Personas como el padre Silly y otros miembros del CIAS estaban lejos de ser extremistas o gente politizada. Lo mismo se podría decir de Orlando Yorio o del padre Jalics, que era un maestro de la vida espiritual. Ambos fueron tomados presos y mantenidos por meses con la vista vendada y sometidos a tratos vejatorios. Su caso es ampliamente relatado. Queda claro en el libro que estos dos últimos no fueron denunciados por el provincial a la policía y que Jorge Bergoglio como superior hizo mucho por liberarlos cuando fueron cruelmente encarcelados. Sin embargo, queda la impresión de que tenían un cierto radicalismo político. El problema más serio con ellos no fue de orden político, y mucho menos porque estuvieran viviendo con los más pobres, sino por una manera de concebir la vida religiosa que, como señala el texto, significaría la fundación de una nueva congregación. Ellos ciertamente no eran seguidores de la línea que imponía el provincial, sobre todo en la formación, pero ninguno de los miembros que formaban esa comunidad inserta era violentista o hiperpolitizado.
Podría quedar la sensación, en una lectura rápida que en la provincia argentina había una rama más extremista que el superior provincial quiso cortar en su raíz. Conociendo las cosas, creo que la división y el problema no estaban precisamente en esa radicalización.
No quisiera terminar este comentario sin reiterar mi agradecimiento. Si he hecho alguna precisión y precisado matices, no es para quitar mérito al conjunto sino para que el libro haga todo el bien que puede hacer. Es notable la última parte, profundamente evangélica, donde queda de manifiesto “la alegría del Evangelio” tan propia del nuevo pontificado, que resalta la actitud salvadora, la misericordia y la cercanía a las personas, sobre todo a los débiles y más humildes. Ese mensaje es inmensamente evangélico, actual y conforme ala idea de una Iglesia “en salida”, que toma la iniciativa, que escucha y que es capaz de dudar para entender mejor las necesidades del mundo. Este modelo de Pastor reformador ciertamente ha provocado admiración en el mundo que acoge los signos y palabras del Papa Francisco. Claramente se ve una Iglesia en el mundo pero no mundana.