Dentro de poco habrán pasado seis meses desde que un atentado de los medios islámicos atacaba a los redactores de un semanario satírico y un almacén judío. Dentro de las veinticuatro horas que le siguieron hubo una manifestación popular y luego política, que alcanzó una amplitud sin precedentes. Un slogan salió de allí : “Je suis Charlie”. Al poco tiempo transformado en “Yo soy judío”. Muy rápidamente las críticas salieron a la luz, la bella unidad nacional se fundió delante de los intereses políticos e ideológicos: libertad de expresión, fraternidad, laicidad. Aparecieron cuestionamientos profundos: los jóvenes que cometieron esos atentados nacieron en Francia, se educaron en la escuela de la República y no frecuentaban siempre las mezquitas. Nos dimos cuenta de que decenas de jóvenes –incluso algunos de origen cristiano– partían hacia Siria abandonando a sus familias, sus estudios… Por otro lado, el slogan “Je suis Charlie” estaba lejos de expresar unanimidad, ya que muchos no estaban de acuerdo con las caricaturas –a menudo vulgares e hirientes– respecto de las religiones. De hecho, el Hebdo tenía dificultades para sustentarse por falta de lectores. Pero el insulto no justifica el asesinato de personas.
En Francia, desde hace muchos años, el debate sobre la laicidad está sensibilizado. Al comienzo era el combate del poder del Estado contra el poder de la Iglesia católica, que concluyó con la separación de la Iglesia y el Estado. Tras años de lucha, la Iglesia Católica se adaptó, ya que los lugares de culto (construidos antes de 1905) pertenecen al Estado, pero están puestos a disposición de los practicantes, de manera total y sin obligaciones.
Las religiones también tienen el derecho a intervenir en los debates de sociedad –Comisión nacional de ética, por ejemplo–. Un gran número de escuelas católicas han conseguido un acuerdo con el Estado por el cual éste paga a los profesores. Muchas personas venidas de Argelia, Marruecos, Túnez están en Francia desde hace dos o tres generaciones sin inconvenientes.
La llegada de inmigrantes desde el Medio Oriente –donde la religión y la política están mezcladas¬– ha empezado a plantear problemas. El uso del velo y de cierta vestimenta en los lugares de trabajo o en la administración pública han hecho surgir reacciones invocando la laicidad. Aparecieron dos concepciones de esta laicidad: una vino del ambiente anticlerical (bien implantado en Francia), que rechaza toda apariencia religiosa y derecho de palabra a las religiones. Es decir, un laicismo que deviene en una religión sectaria. El otro concepto recurre a la fraternidad y al respeto de cada uno por el otro. En el momento de las manifestaciones de enero algunos políticos estaban sorprendidos de la presencia de obispos, rabinos e imanes, y de descubrir que ellos trabajan juntos por el bien de la sociedad. También asistimos a cosas absurdas: un grupo de sacerdotes cantantes, que tienen un gran éxito, quisieron hacer un concierto en París en beneficio de los cristianos de Medio Oriente y pretendieron colocar grandes afiches en el subterráneo. La dirección publicitaria del subterráneo aceptó el afiche con el título Les Prêtres (los sacerdotes) con la foto de los tres vestidos con clergyman, pero rechazó el motivo “a beneficio de los cristianos de Medio Oriente” ¡en nombre de la laicidad!. Se produjo un gran alboroto en Francia y el Gobierno socialista tuvo que denunciar lo absurdo del tema. Frente a la protesta hubo que organizar una segunda función ¿Dónde está en este caso la libertad de expresión?.
La Fraternidad se encuentra en el escudo de la República Francesa como la Libertad y la Igualdad. Pero, contrariamente a las otras dos, la Fraternidad no tiene una expresión jurídica. ¿Se puede, en nombre de la Libertad, insultar a quien la República considera como su hermano? ¿Se lo puede dejar en la miseria cuando pregonamos la Igualdad? Estas son cuestiones que agitan a la sociedad francesa. Pero también ¿no concierne a nuestra sociedad globalizada? La Fraternidad está en juego.
Traducción de Alejandro Poirier
El autor es periodísta y escritor