Hoy es frecuente escuchar expresiones de preocupación por el grado de enfrentamiento ideológico al que ha retrocedido nuestra sociedad, y que evoca fantasmas de otras épocas. Como señala un autor, “escenas que el imaginario colectivo recordaba como parte de un pasado lejano –la división de familias, la terminación de amistades, la negación de saludos– volvieron a poblar el cuadro de la sociabilidad política argentina”.
Pero, señala el mismo autor, “antes que un dato de la sociedad, la polarización política fue el producto de una estrategia deliberada comandada desde el vértice del poder”. Si esto es realmente así, es posible que este clima confrontativo en que estamos sumergidos no tenga la profundidad que aparenta, y que una mirada serena pueda entrever, ocultos debajo de la agitada superficie, valiosos consensos colectivos.
Basta recordar que, en los años ’70, muchos argentinos apoyaban los gobiernos militares, mientras muchos otros anhelaban revoluciones socialistas de toda clase; la mayoría menospreciaba la democracia republicana; para muchos la violencia, estatal o guerrillera, era el camino obligado para alcanzar fines políticos; pocos tomaban en serio los derechos humanos, por lo menos, los ajenos; las ideas económicas iban desde el estatismo totalitario hasta el liberismo más rancio; la guerra era un modo legítimo para afirmar nuestros derechos soberanos; la educación no era prioridad para casi nadie; la pobreza y la desigualdad eran temas que interesaban a unos y no a otros; ciencia, tecnología y medioambiente, no entraban casi en ningún discurso. Tampoco la necesidad imperiosa de políticas de Estado. Y la lista de desacuerdos y de “consensos” perversos podría extenderse considerablemente.
Como todos sabemos, hoy la gran mayoría de los argentinos estamos de acuerdo en la importancia del imperio de la ley, la democracia, las instituciones, la no admisibilidad de los métodos violentos, y los derechos humanos; somos conscientes de la necesidad de una sociedad pluralista y tolerante, y a la vez capaz de construir consensos; las ideas económicas pueden ser muy diversas, pero la mayoría pensamos en que se debe combinar armoniosamente el mercado y el Estado, la libertad y el orden, la iniciativa privada y las políticas públicas; propugnamos la solución pacífica de los conflictos internacionales; nos hemos convencido de que la pobreza es inaceptable, que el “derrame” del progreso económico no es automático, y que debemos lograr una sociedad inclusiva; asignamos prioridad absoluta a la educación y al desarrollo tecnológico; queremos un país integrado en el mundo y que atraiga copiosas inversiones de capital productivo.
Se podría objetar que lo anterior no refleja lo que está sucediendo en la realidad. Es cierto. Pero es sugestivo que incluso quienes piensan y obran en sentido contrario se vean obligados a invocar estos consensos a modo de legitimación, para ocultar aquello que antes se podía proclamar en público y hoy ha pasado a ser inconfesable.
Esto no equivale a negar que la última década haya producido profundas heridas en el tejido social que tardarán en sanar. Pero hay un aprendizaje colectivo a la espera de ser escuchado y reflejado a través de una adecuada representación política. El péndulo que antes oscilaba entre un extremo y el contrario, ahora parece hacerlo entre radicalización y moderación. Puede estar llegando la hora de la moderación, de la racionalidad, del verdadero diálogo, de la construcción de consensos de cara al futuro.
P. E. BALAN; F. H. TIBERTI, La república pendiente. Argentina y el problema del desarrollo político, Buenos Aires, El Ateneo, 2014, 36.
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Join discussionEstimado Presbítero Gustavo Irrazábal,
Es necesario un aprendizaje colectivo para la construcción de consensos; pero no es fácil. Y a la Revista Criterio le será particularmente difícil.
Es que se observa de las editoriales de la revista Criterio, un particularismo que se presenta como una “ilusión intelectual” de creer que el oficialismo no existe para lo bueno, y hasta que no merece existir. Dicho aún más simplemente, es un estado de espíritu. Quizás, sea por excesiva autoestima, y también por un poquito de menosprecio del prójimo (el peronista quizás).
Este estado de espíritu es característico de una oposición “anti” (antiperonista, antikirchnerista, “antipapa populista”, etc) que deja de ser oposición para ser nada más que contra.
Con ésta actitud, la Revista Criterio pierde la noción de los propios límites, y nosotros comenzamos a sentirnos todos “diferentes”. No toleramos la mutua dependencia y coordinación en que convivimos.
Ahora bien: en nuestra patria estamos todos, y todos cuentan; pero se lucha. Porque no tenemos porqué tener simpatías con el prójimo.
En una nación “normal”, cuando un grupo quiere algo para sí, trata de alcanzarlo buscando previamente un consenso con los demás. El consenso es la consagración de la legalidad; que se logra en las instituciones públicas que son intermediarias entre individuos y grupos, como resortes y muelles de la solidaridad nacional.
Pero la revista Criterio, oposición “anti” atacada de tal particularismo, se siente humillada cuando piensa que para lograr sus deseos necesita recurrir al gobierno constituido. Es la misma repugnancia que puedan sentir entre nosotros el aristócrata, cuando tiene que pedir al gobierno la satisfacción de sus aspiraciones. Esta repugnancia, se disfraza con desprecio “anti” hacia los políticos que constituyen el gobierno.
Diríase que la oposición “anti”, la Revista Criterio, encuentra siempre anuladas las virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos oficialistas. Si esto fuera verdad, ¿cómo se explica que el gobierno se obstina en logra continuidad a través del voto popular?
Hay aquí una insinceridad, una hipocresía. Porque los políticos, del color que sea, no son mejores ni peores, que el conjunto de la sociedad.
La revista Criterio, y el conjunto de la sociedad, necesitamos contar con las demás. El Parlamento es el órgano de la convivencia nacional, demostrativo de trato y consenso entre iguales.
Tener que contar con quienes se desprecia o se odia¡¡ Éste es el tema de la oposición «anti».
Otra alternativa, es la imposición inmediata de mi voluntad, lo que es “acción directa”.
Acción directa, es una táctica intensa, desnuda, basada en la creencia de tener la razón. Acción directa es que este personaje anónimo absoluto, llamado «Consejo de Redacción» , sentencie:
“el Estado argentino no está estructuralmente capacitado para llevar adelante sus funciones más básicas” (editorial de marzo 2015)