El 10 de abril la presidente Dilma Rousseff, completó los cien días de su segundo mandato. Con una apretada victoria ante Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDV), Dilma enfrenta ahora una “tercera vuelta” electoral ante las manifestaciones callejeras contra su gobierno. Ha caído vertiginosamente su popularidad: del alcanzado en su primer gobierno del 73% contra un actual 13%. No ha logrado controlar de manera ordenada la situación caótica de sus ministros.
Por eso, cuenta con pocas razones para festejar. Aislada, la petista (del Partido de los Trabajadores) tiene dificultades para revertir el escepticismo del mercado, la desconfianza de los aliados y el descrédito de una parte cada vez mayor de la población.
Pasados más de tres meses después de asumir el gobierno del país, las preocupaciones de Dilma se extienden desde la economía hasta la política, pasando por la relación con la sociedad, debilitada especialmente por el escándalo de corrupción en Petrobras.
El escenario actual es diferente de cuando ella asumió la primera presidencia, en enero de 2011. En los cien primeros días de aquel año, el cuadro general le era muy favorable. Y el ex presidente Lula animaba su campaña con toda la fuerza de su conocido carisma y de esta manera acompañaba a la victoria de las urnas a su colega de partido. Beneficiada por el buen momento económico y por la alta popularidad de su antecesor, Dilma concluyó los primeros tres meses de mandato en 2011 con una confianza del 73%.
Pero la situación se invirtió en su segundo mandato: ahora ese mismo porcentaje de personas, según las encuestas, dice no confiar en la Presidente. Sólo el 24% confía en ella. Es el peor resultado desde el comienzo del segundo mandato del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, en 1999. En aquel año tenía la confianza del 27 % de la población.
Las encuestas también revelaron que apenas el 12% de los brasileños juzgan el gobierno de la Presidente como óptimo o bueno. De enero a marzo de 2011, ese índice era del 56 %. La mayoría de los entrevistados creen que este segundo gobierno de Dilma es peor que el primero.
La situación favorable le permitió en su momento a la Presidente mayor autonomía en relación con el Congreso. Hoy ese panorama se ha invertido. Una conjunción de factores –económicos y políticos– provocó la crisis de gobernabilidad que hoy enfrenta la Presidente. Con una base débil en el Congreso y una economía que no da señales de recuperación, a Dilma se le presenta un 2015 difícil.
En la economía, ella asumió su primera presidencia con viento a favor, aunque con menor expectativa de crecimiento para 2011. Sin embargo, el PBI creció en ese año. Hoy Brasil tiene un crecimiento de 0,1% anual. Y ello se traduce en desempleo, recesión y quiebra del comercio y la industria.
El nuevo ministro de Economía, Joaquim Levy –de línea diametralmente opuesta al PT– está encarando un duro ajuste. Sus medidas son conocidas como el “paquete de maldades”, porque elimina apoyos y pensiones directamente relacionados con la vida de los más vulnerables y frágiles de la población. El pueblo brasileño tiembla esperando en cualquier momento recortes en los salarios. Con una economía ya debilitada por la disminución de la demanda externa, se podrá llegar a graves manifestaciones de protesta en Brasil.
La mayor preocupación de los brasileños es que el escenario recesivo permanezca, porque el riego que se presenta es que haya un retroceso en las conquistas sociales y económicas de los años del gobierno del PT.
Políticamente la situación no es mejor. En cuatro años, la relación de Dilma con el Congreso sufrió drásticos cambios. Una de las razones de los ataques desde su base de alianzas (principalmente por parte del Partido del Movimiento Democrático Brasileño – PMDB) es la propia alteración del perfil de los legisladores y del mismo Congreso.
En 2011, el PT contaba con la mayor bancada en la Cámara de Diputados, con 88 legisladores. En el Senado, el partido controlaba 15 escaños, cinco menos que su aliado PMDB. Después de las elecciones del año pasado, en cambio, el PMDB pasó a dominar las dos Cámaras y redujo la autonomía de la Presidente. Por su parte, la oposición también ganó fuerza con Eduardo Cunha, evangelista, como presidente de la Cámara de Diputados. El PT perdió credibilidad en su capacidad para encontrar soluciones económicas, pero sobre todo por estar acusados de escándalos de corrupción varios de sus líderes. El “mensalao” en 2005 impactó negativamente en el gobierno de Dilma. El PT está desgastado y, dentro de él, incluso muchos se oponen a las medidas de Dilma.
Sin el reconocido carisma y habilidad de Lula para construir alianzas, Dilma está aislada y no consigue acordar con el Congreso. Para gobernar, ya no podrá mandar, tendrá que negociar. Y necesitará ayuda para hacerlo porque la negociación no es su punto más fuerte.
Los aspectos positivos de la Presidente, como por ejemplo la forma enérgica con que afrontó los episodios de corrupción en 2010, le significaron una buena acogida por parte de la población que la consideró la gran luchadora ética. Al finalizar su primer año de mandato, Dilma tenía 59 % de aprobación, el mayor índice para un mandatario desde la vuelta a la democracia.
Hoy Dilma es vista incluso por parte de sus votantes como alguien que mintió con sus promesas de campaña. El escándalo de Petrobras tuvo gran impacto en su reputación, aunque haya comenzado durante el gobierno de Lula. Toda persona que razone no puede concebir que la Presidente, que antes había sido ministra de Minas y Energía, desconociera la sangría de millones en Petrobras.
No obstante, ella tiene aún una imagen de honestidad personal y una actitud ética fundamental; se trata de una persona que al máximo podría ser acusada de incompetencia en este campo. La tragedia de Dilma, que sufre pedidos de impeachment por parte de sus adversarios, es que su partido se encuentra en una situación de fragmentación y de vulnerabilidad.
Dilma es en este momento la mayor víctima de la crisis del PT, el cual parece haber perdido la mística que encantó al país durante años. El poder, precisamente, parece haber corrompido los ideales primeros del PT, que luchaba por los pobres y se empeñaba en las conquistas sociales. Ello no significa que no haya habido grandes progresos sociales en los gobiernos de Lula y de Dilma, pero la presencia de la corrupción por un lado y, por otro, la falta de serias inversiones en salud y educación (como la Bolsa Familia, entre otras iniciativas) le han hecho perder al PT mucha credibilidad entre sus electores.
En este sentido, Brasil está descendiendo los escalones que había subido para llegar a inscribirse entre los países con mayor crecimiento en el próximo futuro. Va perdiendo rápidamente las conquistas adquiridas. Su declinación no puede ser atribuida por entero a Dilma Rousseff. Sería una gran injusticia. Pero lamentablemente la historia no es siempre justa y la primera mujer en ocupar la presidencia del país podría quedar signada por el fracaso de este comienzo de su segundo mandato, salvo que consiga imprimirle un cambio radical al panorama de gobierno.