La teóloga brasileña María Clara Lucchetti Bingemer afirma que el Sínodo extraordinario convocado por el papa Francisco ha reconocido la necesidad de nuevas formas de pastoral frente a las debilidades de la familia.
La primera etapa del Sínodo de la familia concluyó en Roma después de un inicio lleno de expectativas. En el mismo momento Brasil era un hervidero de conflictos y polarizaciones debido al primer turno de las elecciones locales. El clima tenso y agresivo no permitía pensar en otra cosa. Una vez contados los votos de las urnas y al tomar aire para comenzar la segunda ronda de la batalla electoral –que fue peor que la primera– no parecía el mejor momento para dirigir los ojos hacia el Vaticano, donde se llevaba a cabo tan importante reunión.
Ahora, terminada la primera etapa del Sínodo, las esperanzas están puestas en la próxima y definitiva de octubre de 2015. Las reflexiones del informe son fruto del diálogo en Roma y señalan perspectivas que deberán ser maduradas en las Iglesias locales y en la asamblea del año próximo. Los mismos padres sinodales, en una declaración donde se manifiesta el deseo de diálogo y de apertura, dicen que “no se trata de decisiones cerradas ni de perspectivas fáciles. Sin embargo, el camino colegial de los obispos y la implicación de todo el pueblo de Dios bajo la acción del Espíritu Santo podrán guiarnos para encontrar vías de verdad y de misericordia para todos”.
La familia ha sido durante mucho tiempo una espina clavada en la carne de la Iglesia. A pesar de que es la célula madre de la evangelización, alabada y valorada por el magisterio, la pastoral familiar desde hace mucho tiempo, yo diría que desde los años ‘60, lucha con obstáculos e impedimentos que dificultan un diálogo franco y abierto de la jerarquía con los fieles en varios asuntos clave.
Entre los temas más polémicos está sin duda la participación sacramental plena de las parejas en segundas nupcias. La norma de la indisolubilidad del matrimonio traza en el horizonte de los fieles la imposibilidad de volver a casarse si la primera unión ha fracasado. Y el hecho es que desde la liberación sexual que explotó como una bomba en los años ‘60, muchas parejas católicas han optado por separarse de sus cónyuges y entrar en una segunda unión. Más aún, a menudo este segundo matrimonio, y no el primero, guarda muchas evidentes características de lo que debe ser un compromiso sacramental cristiano debido al amor, la abnegación, el cuidado de los demás que la nueva familia vive y hace presente ante la sociedad. Esto se torna aún más evidente si tenemos en cuenta las circunstancias dolorosas y hasta crueles e inhumanas que tan a menudo hicieron fracasar la relación conyugal, convirtiendo en un verdadero infierno la vida de las personas, especialmente de los niños. Sin embargo, la moral católica ha declarado y reafirmado, en repetidas ocasiones, la excomunión de los separados vueltos a casar, prohibiéndoles participar de manera efectiva en el sacramento de la eucaristía. Esta actitud inflexible –que ha sido denunciada como tal por personalidades como el prestigioso cardenal alemán Walter Kasper– lleva a la nueva pareja ante la situación de verse declarada en pecado y, peor aún, sin perdón. Es decir, una situación peor que la de un asesino, ya que en ese caso, si el culpable se arrepiente, es perdonado y puede acercarse a la sagrada comunión nuevamente.
En Brasil la situación del matrimonio es preocupante. El Censo del IBGE de 2010 muestra que las uniones consensuales entre católicos –es decir, no sacramentales, civiles o jurídicas– son del orden del 36,4%; es decir, más de un tercio del total de las parejas. Y muchas de ellas –de acuerdo con las respuestas– desean participar sacramentalmente: recibir la absolución y la comunión.
El informe del Sínodo extraordinario presenta algunas perspectivas pastorales para hacer frente a las diversas situaciones familiares actuales. En cuanto al matrimonio, el documento reitera la necesidad de centrar su sentido sacramental, sin considerarlo sólo como “tradición cultural o necesidad social”. También aboga por los novios en preparación para el matrimonio y el cuidado pastoral de los primeros años de la vida matrimonial.
Los padres sinodales advierten sobre la necesidad de nuevas formas de pastoral frente a las debilidades de la familia. Destaca la necesidad de cuidado de las heridas provocadas por diversas situaciones familiares, ya sean personales o como consecuencia de factores culturales y económicos. En tales casos, no buscan soluciones únicas, basadas en “todo o nada”; pero el diálogo sobre este tema debe continuar en el Sínodo en las Iglesias locales.
Según el documento, muchos padres sinodales subrayaron la necesidad de agilizar los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad. Entre las propuestas está la necesidad de crear una ruta de administración bajo la responsabilidad del obispo diocesano y un procedimiento sumario a realizarse en los casos de nulidad notoria.
En cuanto a la posibilidad de otorgar los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, algunos argumentaron a favor de la disciplina actual en virtud de su fundamento teológico. Otros se expresaron a favor de una mayor apertura a las condiciones específicas. Para algunos, el acceso a los sacramentos podría ocurrir si fuera precedido por un camino penitencial, bajo la responsabilidad del obispo diocesano, y con compromisos claros en favor de los hijos.
En orden de importancia, sigue la norma oficial sobre el uso de los preservativos llamados artificiales para regular una paternidad responsable, que ya ha ocasionado dificultades de todo tipo a las parejas cristianas. La discusión sobre los métodos “naturales”, no tenidos en cuenta por muchos matrimonios cristianos, provocó frecuentemente lo que se dio en llamar “cisma blanco”. Es decir, la pareja lleva una vida comprometida y activa en la Iglesia, incluida la recepción de los sacramentos, a pesar de utilizar métodos artificiales para regular la procreación. En esto los cónyuges tienen a menudo el apoyo y el soporte de un sacerdote que los acompaña y los anima a participar en la vida eclesial, aunque a veces deban practicar su fe en una comunidad que no es la propia a fin de evitar un “escándalo público”. La síntesis de las respuestas al cuestionario enviado por el Vaticano a las diócesis demuestra claramente que en Brasil los fieles no encuentran ningún inconveniente en el uso de contraceptivos, y menos todavía consideran que eso pueda ser un obstáculo para recibir la comunión. En la confesión, en general, se afirma que las personas no hacen ni siquiera mención a esta cuestión.
No es de extrañar que las expectativas con relación al Sínodo y sus conclusiones sean enormes; desde una nueva forma de concebir el ministerio de la familia, el trato y la relación de la Iglesia con las familias católicas. Pero, ¿se puede dar un cambio efectivo? ¿Puede modificarse realmente una tradición tan arraigada en la vida eclesial?
Lo mismo sucede con la cuestión de la acogida de los gays en la Iglesia y la cuestión de nombrar o no como “matrimonio” a la unión estable de las parejas homosexuales –algo que difícilmente pueda asumirse como pronunciamiento oficial de la Iglesia católica–. Sin embargo, se constata que muchas parejas viven juntas, adoptan hijos o los tienen por inseminación artificial y no ven en ello impedimento para su participación en la Iglesia cuando se sienten acogidas por la comunidad. En este sentido, el panorama difiere mucho de un escenario a otro.
En estas divergencias entre las orientaciones del magisterio y la vida cotidiana de los fieles se advierte la falta de comunicación entre clero y laicado, jerarquía y vida cristiana de la mayoría. Se percibe la ignorancia o desinterés, por parte de los fieles, respecto de las directivas del magisterio eclesial, sus documentos y argumentos que sostienen sus posiciones y sus normas. Y la Iglesia jerárquica, sobre este tema y desde este punto de vista, se muestra muy distante del pueblo y de sus dificultades y sufrimientos cotidianos. En una cultura mediática y pluricultural, la Iglesia no encontró todavía el camino para comunicarse adecuadamente con sus fieles; y las consecuencias se advierten sobre todo en el terreno de la moral y, en especial, de la moral personal y sexual.
Por otro lado, en el informe se abordan cuestiones sobre el matrimonio, los niños que crecen con un solo progenitor (padre o madre), el creciente número de divorcios, la violencia contra las mujeres, el contexto de la guerra y la violencia que deterioran las situaciones familiares y el fenómeno de la migración. “En este contexto la Iglesia advierte la necesidad de dar una palabra de esperanza y de sentido (…). Es necesario aceptar a las personas con su existencia concreta, saber sostener la búsqueda, alentar el deseo de Dios y la voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia, incluso de quien ha experimentado el fracaso o se encuentra en las situaciones más desesperadas. Esto exige que la doctrina de la fe, que siempre se debe hacer conocer en sus contenidos fundamentales, vaya propuesta junto a la misericordia”.
Personalmente, creo que hay motivos para la esperanza. El papa Francisco, en la apertura del Sínodo, dejó en claro lo que espera de sus miembros: que hablen con honestidad y respeto, que tengan humildad para escuchar y una actitud pastoral realmente misericordiosa con los creyentes.
Un gran obispo teólogo, monseñor Bruno Forte, dijo en una entrevista que los aspectos doctrinales no se pueden minimizar, pero que la doctrina no tiene en sí misma un valor abstracto, no puede ser un arma pesada. Por el contrario, puede y debe ser siempre un mensaje de la salvación debido a que su centro es el amor de Dios, la misericordia. Esta es la fe de la Iglesia y que, sí, es inmutable. Una fe que debe expresarse y mirar las circunstancias concretas de la gente real, de verdad, no como juicio despiadado, sino como amor y misericordia en acción.
Esperemos que el sentimiento de Bruno Forte refleje realmente lo que se puede esperar de las conclusiones y resultados de este Sínodo que apenas comienza y al que le espera un paso más para el próximo año. Para que esto suceda, confiamos en el Espíritu Santo, que nunca va a abandonar a la Iglesia y que sin duda preside la obra del Sínodo. Amén.