Regreso a Buenos Aires de un viaje y salgo a hacer compras. Encuentro a dos vecinos discutiendo en la vereda, con grandes gestos y alzando la voz. Me acerco a saludarlos y me cuentan una noticia del día anterior: un hombre, cansado de que obstruyeran la entrada del garaje de su casa, después de haberse hartado de denunciar hechos similares a las autoridades,le destrozó el auto con un hacha al enésimo infractor, que además había dejado su auto allí durante más de veinte horas. Al menos eso es lo que entendí.
Los episodios de violencia se reiteran: gente que mata a un ladrón que ha entrado a su casa o pretendió robarle el auto, gente que le dispara al vecino porque hace ruido, gente que ataca a quien le chocó el auto. Los medios están ansiosos de noticias y las de este tipo abundan y venden. Hablan de furias descontroladas y de represalias desproporcionadas: muertes, golpes, destrozos.
Creo que las relaciones sociales están reguladas por la violencia. Cuando hablo de violencia no me refiero a la que consiste en matar o golpear a otro, sino auna represión que debería ejercerse sabia y racionalmente. En toda sociedad los derechos están resguardados por el potencial ejercicio de una violencia que los garantiza. Puede llegar en forma de multa o de otro tipo de correctivos, no hace falta lastimar y mucho menos matar a nadie. Esa violencia, además, ha de ser proporcionada a la falta: no se puede encerrar en la cárcel a quien ha robado una manzana o ha estacionado el auto en doble fila.
ElEstado detenta el monopolio de la violencia legítima, decía Max Weber, uno de los padres de la Sociología. Lo que diferencia a las sociedades civilizadas de las formas primitivas de agregación es (entre otras cosas) que la violencia no puede ser ejercida legítimamente por cualquiera. No puedo castigar a mi vecino, debe hacerlo la autoridad competente. Pero si el Estado no ejerce la violencia sistemática y racional para garantizar los derechos, la sociedad estará tentada de hacerlo por sí misma de manera caótica. Desde luego, existen otros factores, como la cultura ciudadana, la urbanidad, la buena educación, que nos inhiben de avasallar los derechos ajenos. Pero el resguardo de esos derechos descansa en última instancia en la seguridad de que si los transgredo, algo me va a pasar. Dicho de otro modo: o el Estado ejerce la violencia (en el sentido ya descripto) o esa violencia se difumina en la sociedad, que la ejerce de manera bestial.
El acto del ciudadano que hace justicia por su propia mano no sirve a la sociedad, porque no va a lograr que cambien los comportamientos colectivos. Sólo la acción sistemática del Estado en salvaguarda de los derechos puede lograrlo.
Pongamos por ejemplo el caos del tránsito en Buenos Aires. Si las autoridades se lo propusieran, si existiera, como se dice, la “voluntad política” de resolverlo, el objetivo se conseguiría en pocos meses. No hay semáforo de esta ciudad que no sea violado sistemáticamente por motociclistas y automovilistas y, lo que es peor, por los profesionales del manejo: taxistas y sobre todo colectiveros. Lo sabemos porque lo vemos a diario y lo saben las autoridades mejor que nosotros. Aún con el semáforo que da paso a los peatones, muchas veces debemos esperar que los autos terminen de cruzar en rojo. Colectiveros que conducen vehículos llenos de gente lo hacen, poniendo en peligro a todos, pasajeros y transeúntes. En la esquina de mi casa violanel semáforo de manera sistemática a metros de una escuela. Si nadie pudiera cometer esa infracción sin ser castigado con fuertes multas y luego con el retiro del registro de por vida, se terminaría el problema en seis meses (máximo). No tengo la menor duda. Es unaexperiencia que dio buenos resultados en muchos países.
Las campañas del tipo “Usá el casco” o “No pases en rojo” o “Abrochate el cinturón” no sirven para nada si no existe la violencia del castigo. Mejor dicho: sirven para que el funcionario a cargo pueda poner en su informe que organizó determinadas campañas y de ese modo justificar su cargo y su sueldo. Si es deshonesto, puede servirle para hacer un negociado con las empresas de publicidad y fijación de carteles en la vía pública. Nada más, sino son el complemento de la oportuna violencia. Pero, ¿por qué no hay “voluntad política” de resolver problemas como el del tránsito y mil otros? Creo que porque los réditos político, electoral, económico incluso, no compensan el esfuerzo.
Creo además que esa violencia sabia y racional de que hablo es esencial para toda convivencia democrática. Luego de haber transcurrido una parte importante de mi vida bajo la última dictadura militar, hago míala frase de Vargas Llosa: prefiero la peor democracia a la mejor dictadura. No puede haber convivencia democrática con derechos avasallados e impunidad de quienes los violan. Si las autoridades no se hacen cargo del ejercicio de la violencia de manera sistemática y responsable, castigando a quien debe ser castigado para defender los derechos que avasalla, lo único que puede pasar, sobre todo en ciudades como Buenos Aires, es que los episodios de justicia por mano propia se multipliquen y nuestra vida se parezca cada vez más a la de las cavernas.

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