En diálogo con el texto anterior, el teólogo retoma la poesía para ensayar una aproximación desde la fe.
“Para vivir no quiero / islas, palacios, torres. / ¡Qué alegría más alta: / vivir en los pronombres” (La voz a ti debida). Estos conocidos versos de Pedro Salinas enaltecen la relación desnuda y personal entro dos amantes. Los traemos aquí para preguntarnos si pueden ser dignos de expresar la relación entre Dios y el hombre, entre el hombre y Dios. Dicho con otras palabras: ¿Podemos llamar a Dios de Tú? ¿Puede ser considerado el hombre como el tú de Dios? La distancia infinita que existe entre Dios y el hombre puede ser acortada para que entre los dos sea posible “vivir en los pronombres”. Según la revelación cristiana no sólo es una posibilidad real, sino que ésta ha de ser la forma distintiva de nuestra relación con él. Podemos llamar a Dios de Tú, porque él ha querido ya ser para siempre el tú del hombre.
En la primera línea de la Biblia se nos presenta a Dios creando. Es muy significativo que en ella no se manifieste un interés por mostrar qué estaba haciendo Dios antes de crear el mundo, una cuestión que sólo empezó a tener interés para las mentes más especulativas alrededor del siglo III. Frente a este pensamiento gnóstico la Biblia no nos revela a un Dios ocioso, no le interesa; sino que desde el principio nos presenta al Dios creador que está concernido por la vida de los hombres. El Dios creador es aquel que desde el inicio se nos revela como el que quiere salir de sí mismo para poder comunicar su bondad y su amor más allá de su ser divino; no por una necesidad de colmar un vacío, sino por un puro don de su liberalidad. Cuando el relator del libro del Génesis se imagina el principio de todo, el origen, allí narra a Dios creando. El autor del Evangelio de Juan, releyendo estas páginas del libro del Génesis, da una vuelta de tuerca a esta imagen. Y así, interpreta que en el principio de todo, efectivamente está Dios y junto a él su Palabra, a través de la cuál creará todas las cosas y en cuanto hecha carne comunicará a esa realidad creada toda la gracia y la verdad (Jn 1,1-18). Este es el Dios del que habla la Escritura y es confesado en el Credo cristiano, quien es digno de la fe del hombre, es decir, quien siendo absolutamente trascendente al mundo puede ser a la vez llamado e invocado como un Tú.
Si continuamos con el relato de libro del Génesis, las primeras palabras que Dios pronuncia después de que esté finalizada la obra de la creación es la pregunta por el lugar del ser humano: “Adán, ¿dónde estás?” (Gén 3,9). Éste, consciente de su pecado, se esconde de la presencia del Creador al oír sus pasos por el jardín paseándose a la brisa de la tarde. Pero Dios, al sentir su ausencia, se interesa por él y sale en su búsqueda. Dios pregunta por el hombre y esa pregunta “¿dónde estás?” es en realidad la pregunta por el tú. Dios quiere a los hombres como su tú. Creados libremente por su amor, los quiere como interlocutores auténticos y en alteridad real ante él. Dios no es rival del hombre, le deja espacio y le da libertad para que incluso pueda esconderse de él, sintiendo vergüenza de su desnudez mediada ya por el pecado. Dios no es el vigía del hombre que le está esperando a la vuelta de la esquina para violar su intimidad en la caída del pecado. No obstante, el hombre ha sido creado por él como interlocutor real, capaz de comunión y de rechazo, del don de la vida divina y de responsabilidad por sus acciones. Como dice el filósofo judío F. Rosenzweig, la pregunta “¿dónde estás?”, es en realidad la pregunta por el tú de Dios.
Pero esta no es la última pregunta que Dios le hace al hombre. Siguiendo este relato primordial nos encontramos con que Dios vuelve a preguntar al ser humano: “¿Dónde está tu hermano?” (Gén 4,9). Vistas con una cierta profundidad la pregunta por el lugar del hombre y el lugar del prójimo no son cuestiones muy diferentes. Podríamos decir que son la misma pregunta desde perspectivas distintas, porque no existe el yo sin el tú y el tú sin el nosotros. O dicho de otra manera. El ser humano como el tú de Dios asegura que cada persona es siempre un tú o un prójimo para otros. Como ha sabido ver la filosofía judía la pregunta por el prójimo nos constituye a los hombres en seres morales. La relación que Dios instaura con el hombre desde la constitución de la creación como realidad autónoma y libre para la comunión con el creador no puede desvincularse de la pregunta por el prójimo, el otro compañero de la alianza del hombre; de la pregunta por el prójimo como miembro de la alianza entre el hombre y Dios. La alianza o la relación pronominal tiene así dos direcciones: vertical hacia Dios y horizontal hacia el prójimo. La conciencia moral, como pregunta por el lugar personal y la vida del prójimo, es la expresión, como correlato antropológico, de la relación personal que Dios ha querido instaurar con cada uno de los hombres desde su estructura creacional. El hombre puede volverse sobre sí y esconderse; puede matar a su prójimo por rivalidad; pero siempre tendrá una pregunta que le inquieta desde fuera o desde el fondo de su conciencia como voz de Dios para él: ¿dónde estás?; ¿dónde está tu hermano? Esta pregunta que tiene todo ser humano en el fondo de su conciencia en su doble versión es ya una oferta de alianza y salvación. El camino de la interioridad de la conciencia, tal y como nos ha dejado descrita de manera magistral Agustín de Hipona en el libro undécimo de las confesiones; o el camino de la exterioridad del prójimo, tal y como es mostrado en Mateo 25 o en la filosofía de Levinas, han sido entendidos como lugares universales para el encuentro con Dios.
Pero la relación que Dios instaura con el hombre no se limita a este orden creacional y de conciencia. Dios crea a un hombre libre porque busca la relación personal con él como su verdadero interlocutor. La relación que él quiere instaurar con el hombre es de tú a tú, una relación de alianza que podríamos llamar también una relación teologal. Según el relato del Génesis, que nos está sirviendo de hilo conductor, la primera alianza que Dios hace con Noé es unilateral, aunque siempre es un pacto que se remite a otro (alteridad). Dios promete por sí mismo y se compromete por su propia realidad a establecer una alianza eterna con la humanidad: “Establezco mi alianza con vosotros: nunca más volverá a ser aniquilada la vida por las aguas del diluvio” (Gén 9,11). No obstante, la naturaleza de esta nueva relación se desvela realmente en la que Dios instaura con Abrahán: “Establezco mi alianza entre tú y yo” (Gén 17,4), “entre yo y vosotros” (17,10). La expresión decisiva es la preposición entre que indica relación, reciprocidad, diálogo, vinculación mutua. Dios no es sólo quien se siente concernido por el hombre y su lugar en el mundo, sino que ha querido vincularse a él en un pacto instaurado por él mismo. Él ha querido ser el tú del hombre.
El contenido de la alianza no es un código, ni una serie de mandamientos y de normas –estos son siempre medios que sellan o conducen a la relación adecuada entre ambos– sino más bien una relación íntima y personal. Dios mismo se compromete a ser el Dios de ellos: “El pacto que hago contigo y que haré con todos tus descendientes en el futuro es que yo seré siempre tu Dios y el Dios de ellos” (Gén 17,7), que se expresará después en la fórmula repetida en el contexto de la realización y ratificación de la alianza: «yo tu Dios, vosotros mi pueblo». Dios ha creado un interlocutor autónomo y libre para poder iniciar con él una historia de amor y de alianza. Dios pregunta por el hombre para establecer con él una alianza de comunión, un encuentro en alteridad y reciprocidad. Para eso tiene que elevarlo a la capacidad de ser digno de él, de ser un auténtico interlocutor suyo, en definitiva de ser capaz de participar en la vida divina, porque en esto consiste finalmente la alianza, la vocación para la que el hombre había sido creado: “ser como dioses, hijos del Altísimo” (cfr. Gén 3,18; Sal 82,6). La pregunta por el Tú, que Dios hace a Adán, en realidad es respondida por Abrahán, cuando en respuesta a la llamada de Dios por su nombre, contesta: “Aquí estoy” (Gén 22,1). Hemos sido creados para ser llamados, para ser alianza, Tú de Dios, respuesta a la llamada divina con la totalidad de nuestro ser. Franz Rosenzweig lo ha expresado con admirable hondura y elegancia: “El hombre que al ¿dónde estás? ha contestado con el silencio, como un Sí-mismo obstinado y empedernido, responde ahora, cuando se le llama por su nombre y dos veces, con una determinación suprema, insuperable, todo él abierto. Todo él extendido, todo él dispuesto, todo él alma: Aquí estoy” (La estrella de la redención, Salamanca 1997, 221).
Comenzábamos preguntándonos si podíamos llamar a Dios de tú. No sólo podemos, sino que debemos, ya que él nos ha querido como su real y auténtico tú. Para vivir la relación con Dios no son buenas las islas que nos aíslan del resto, los palacios que excluyen a otros y las torres que ponen distancias infinitas; podemos con alegría vivir en los pronombres y llamar a Dios de tú, a ese Dios encarnado que ha querido ser para siempre el tú del hombre. Porque al final es en Jesucristo desde donde Dios nos habla de tú y nosotros le hablamos a él.
El autor es profesor en la Universidad Pontificia Comillas.