La Argentina de entreguerras lo forjó como humanista; la segunda posguerra lo terminó de convertir en historiador profesional. Tulio Halperín Donghi perteneció a una generación que si bien hizo su carrera profesional en la segunda mitad del siglo XX, e incluso primeros años del siglo XXI, conservó un vínculo estrecho con la Argentina en la que transcurrió su primera juventud, decisiva en más de un sentido para su biografía.
Sus memorias son reveladoras del intenso vínculo afectivo y vivencial que conservaría con esa Argentina que en la década de 1930 se lanzaría a la «República imposible», y que pese a su turbio aspecto (se la recuerda como la «década infame»), fue un semillero de estímulos para la primera forja de un joven humanista. Basta con leer su autobiografía para advertir cuán significativos fueron en su vida algunos foros muy activos en esos años (el Colegio Libre de Estudios Superiores y el Instituto del Profesorado Secundario y Sur). Sus padres, Renata Donghi y Gregorio Halperín, profesores de letras italianas y latinas, que los frecuentaban, le hicieron respirar una atmósfera compuesta por una activa vida intelectual que se prolongaba más allá de las aulas, incluso en los veraneos y las sobremesas. Los contactos de sus padres con intelectuales exiliados, italianos y antifascistas, no pueden desdeñarse. Así, Benvenuto Terracini y Rodolfo Mondolfo, que le abrirían las puertas de las universidades italianas, y luego francesas, donde Tulio Halperín tuvo su primer contacto con la renovación historiográfica de la segunda posguerra. Fueron también los contactos de sus padres los que le franquearon las puertas del suplemento cultural de La Nación y de otras publicaciones de los tempranos años cincuenta, como Imago Mundi y Contorno. Desde muy joven frecuentó el corazón de la sociabilidad letrada.
Desde su primer libro, El pensamiento de Echeverría (1951), publicado antes de su tesis doctoral, puede advertirse el esfuerzo de Tulio Halperín por sumergirse en una rigurosa indagación histórica, que elude los maniqueísmos propios de su tiempo, atravesado por la polarización peronismo- antiperonismo. Elude también los esencialismos, de ahí que encontrara un Echeverría ecléctico, tanto como lo fue el pensamiento de 1810, premisa que reafirmaría luego en su siguiente libro de 1961, Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo. El solo título es un desafío para cualquier lectura simplista del pasado argentino. En lugar de simplificar las explicaciones, las complejizó a tal punto que puso en debate continuidades y discontinuidades—el pensamiento español, católico, incluso medieval, no es indiferente a quien desee comprender la Revolución—, «contaminaciones» e impurezas. Trajo a discusión argumentos escasamente lineales, no por retorcidos sino por multifacéticos.
El Tulio Halperín Donghi de los inicios de la década de 1960, de menos de 40 años, era ya un historiador versátil, ajeno a apriorismos de ningún tipo, capaz de conclusiones propias acerca de cualquier temática sobre la que posara su atención. En 1962 publicó su historia de la Universidad de Buenos Aires y en 1967 su Historia de América Latina, largamente reeditada.
Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla (1972), su obra más influyente, dio un paso adelante, que lo reveló como un historiador total, que se sumerge en una época y no deja ningún detalle sin cargarlo de significación. Logró así complejizar la lectura del período revolucionario, a través de un abigarrado libro en el que la historia política se nutre de la historia de las ideas, pero también de la historia económica, de la guerra y de la propia sociedad y cultura, con un horizonte que va más allá de la Argentina, puesto que no pierde de vista el contexto internacional. Reconstruye además los diversos actores sociales implicados, sin importar sus diferencias: militares de carrera, capitulares, familias patricias, milicianos, plebe, etc.
Y también el clero. La Iglesia Católica no fue dejada al margen en su análisis de la época revolucionaria. Y ello a pesar de que Halperín Donghi escribía en un momento en el que prevalecía una historiografía confesional, más interesada en la militancia que en el riguroso conocimiento del pasado, y que poco ayudaba a iluminar la historia de una religión como la católica, que tan imbricada se hallaba con la historia de las antiguas colonias españolas. Halperín Donghi explica con claridad cómo la revolución y la guerra descompaginaron el antiguo sistema de diezmos, presionaron por dejar atrás la aparatosidad todavía barroca de la Iglesia colonial, troncharon carreras eclesiásticas (por caso, el hecho de que el deán cordobés Gregorio Funes no alcanzara la mitra episcopal, que ambicionaba de manera poco circunspecta), entre otras cuestiones clave para la comprensión «densa» del pasado, independientemente de posicionamientos confesionales, ideológicos, etc., y más allá del debate, en boga en los tiempos en que escribía Tulio Halperín Donghi, entre clericales y anticlericales, un debate que el historiador considera irrelevante, con justeza, para la explicación histórica.
En sus trabajos de historia del siglo XX, se advierte la misma preocupación por escapar de explicaciones unilineales y maniqueas. Y así como el Juan Domingo Perón de Tulio Halperín Donghi puede ser leído como un producto de la historia argentina, en continuidad desde el siglo XIX, y no como una distorsión, como se decía entre los antiperonistas más recalcitrantes de su hora, también la historia de la «república verdadera» a la «república imposible» (de 1916 a 1943) es más compleja y matizada de lo que se ha dado en creer cuando se la reduce a «década infame». En los tomos que Tulio Halperín compuso para la Biblioteca del Pensamiento Argentino (de Editorial Ariel) se destaca la polifonía de voces, que no son idénticas, a su vez, a lo largo de los años, y son incapaces de ser reducidas a un esquema sencillo para su interpretación.
La historia del pensamiento argentino que construye Halperín Donghi es poliédrica y difícil de reducir a explicaciones blanco sobre negro, de ahí la amplia gama de nombres que fueron incluidos en estos volúmenes. No faltaron, cabe destacar, la de sacerdotes de la talla de Monseñor Gustavo Franceschi, a través de CRITERIO, o Monseñor Miguel De Andrea, figuras que Tulio Halperín conocía muy bien… A tal punto que era capaz de regodearse con noticias que hacían a la vida privada de sacerdotes de alta exposición pública como los mencionados, en especial, en un catolicismo de tan fuerte predominancia femenina como el que les tocó vivir.
En fin, un historiador único que, sin anteojeras, era capaz de abordar cualquier temática de la historia argentina, e incluso contemporánea, para decir algo nuevo. Seguramente su vastísima obra nos seguirá interpelando, incluso provocando.
La autora es historiadora e investigadora en CONICET.