Se estima que en 2012 las muertes vinculadas al consumo de estupefacientes ascendieron a 180.000 personas. Si bien no existe un acuerdo global para definir cuándo calificar el consumo de drogas como problemático, se calcula que entre 25 a 30 millones de personas en el mundo han desarrollado trastornos mentales y físicos.

Las drogas que provocan los trastornos suelen agruparse en cuatro grupos: opiáceos (heroína); cocaína; cannabis / marihuana y anfetamínicos (drogas sintéticas). Las tres primeras de origen vegetal, la última de elaboración química.
La producción de heroína se origina casi exclusivamente en Afghanistán y una proporción reducida en Pakistán y Myanmar. Su distribución mundial está principalmente dirigida hacia Europa, Estados Unidos y Canadá. Sus rutas de transporte son por tierra a través de Asia y la Federación Rusa, o rodeando las costas del sudeste asiático y el occidente de África. La producción de heroína ha aumentado pero su ingreso a los países desarrollados es menor debido al mejoramiento de los controles y la competencia con las nuevas drogas sintéticas. En consecuencia, ha aumentado la distribución hacia Asia y Oceanía.
La cocaína se produce en la región andina concentrada en tres países: Perú, Bolivia y Colombia. Su distribución se diversifica hacia América del Norte y Europa. Los territorios de varios países latinoamericanos operan como vías de tránsito hacia el exterior del continente, pero de a poco sus poblaciones adquieren hábitos de consumo, como ha pasado con la heroína en Rusia, también, en su origen, territorio de tránsito. La producción se ha reducido y Colombia es, desde 2007, sólo el tercer productor de cocaína. El reciente recrudecimiento de la violencia entre los cárteles de México se atribuye, en parte, a la disminución de la oferta de esta droga.
El cannabis / marihuana se elabora en casi todos los países, a veces domésticamente. La supuesta fama de ser una droga “suave” y menos perniciosa ha impulsado su mayor consumo, en especial en Estados Unidos. Algunos países europeos y regiones de América han autorizado su consumo restringido. En esta categoría se incluye la resina de cannabis (hachís) que Marruecos produce regularmente. Naciones Unidas calcula que alrededor de 160 millones de personas han consumido marihuana al menos una vez al año.
Las drogas sintéticas abarcan una gran variedad como el éxtasis (también reelaborada como “cristal”), la ketamina, el Speedy, el “polvo de ángel”, etc. Más de unos 120 países en el mundo admiten producirlas con objeto medicinal.
Existe, además, una comercialización informática poco controlada de nuevas sustancias psicoativas, llamada la “red oscura” que se paga también con moneda digital (bitcoins).
Unos siniestros productos derivados de la cocaína son el “crack” o “paco”, producidos con la base de la droga, más residuos y desechos a los que se agregan para “estirarlos”, ingredientes dañinos como el bicarbonato de sodio, querosén o cafeína. Puesto que son más baratos que la cocaína, los consumen los sectores más empobrecidos. Su baja calidad y toxicidad provoca un deterioro acelerado de la salud y una rápida adicción.
Es también preciso tener en cuenta la producción de los llamados “precursores”, o sea sustancias químicas necesarias para la elaboración de la droga apta para el consumo. Los precursores solo cumplen una función complementaria para la elaboración de las drogas vegetales pero, en cambio, son imprescindibles para la fabricación de drogas sintéticas. Hay más de 70 tipos de precursores como el permagamato potásico, el anhídrido acético, la efedrina, etc. La comercialización ilegal de precursores es un indicio inequívoco de producción clandestina de las drogas.

Lucro y delincuencia
Las ganancias y valores que manejan la producción de drogas, así como su elaboración, transporte, distribución a mayoristas y consumidores son sencillamente fenomenales. La ONU calcula que el valor económico total en un año del mercado de heroína y cocaína asciende a alrededor de 105 mil millones dólares, cifra a la que debe sumarse la comercialización de las restantes drogas.
El problema es que el beneficio –aunque sea en diferentes proporciones– es igualmente rentable en todos los eslabones de la cadena que intervienen desde la producción de la droga hasta su consumo. El campesino de coca suele ganar más que su vecino productor de frutas. Los laboratorios clandestinos que la transforman en “pasta” pagan mejor que otros competidores legales, lo propio ocurre con el transporte y la comercialización. Un muchacho que distribuye “paco” en un barrio marginal gana más que si trabajase de cadete en una tienda.
Estos factores favorecen la creación de una delincuencia organizada por redes a lo largo de todo el proceso de elaboración y venta de drogas. Aparecen entonces las bandas delictivas (que pueden llegar a ser “cárteles”) y que conlleva las trágicas disputas por “territorios”, exclusividad de la producción, servicios y un largo etcétera. Como es obvio esta delincuencia genera violencia, intimidación, corrupción, infiltración en el poder y una compleja trama organizativa según las matrices mafiosas tradicionales. A gran escala estas organizaciones superan sus bases nacionales y llegan a ser mucho más complejas conformando la delincuencia organizada transnacional.

Algunas puntualizaciones
El narcotráfico es finalmente un delito transnacional. Por supuesto que la actividad delictiva en cada Estado es importante, pero es un error combatirlo como un fenómeno puramente interno, ya que opera a través de redes flexibles más que por jerarquías estructuradas. Por la propia naturaleza del crimen pasa por encima de las fronteras. En consecuencia, el combate contra este crimen debe superar las divisiones nacionales, regionales, federalismos o con equipos de seguridad descentralizados. Es valioso considerar este aspecto en la capacitación de las fuerzas de seguridad porque los jueces, fiscales, investigadores y policías están entrenados para proseguir casos individuales o, a lo sumo, colectivos de personas particulares antes que una red internacional con dinamismo propio.
La corrupción es, sin duda, la mayor dificultad en el combate contra el narcotráfico. Ningún Estado puede controlar hechos individuales o aislados de corrupción, pero un crimen transnacional es de ejecución compleja. El narcotráfico necesita disponer de laboratorios, depósitos, redes de transporte, cruzar fronteras, superar controles y evitar supervisiones. Es difícil entonces entender la persistencia delictiva sin una complicidad sistemática de los servicios de seguridad, los órganos políticos, las administraciones de justicia o la dirigencia sindical y empresarial. Aún más, la sociedad toda no debe tolerar la corrupción. Así como la curación de muchas enfermedades físicas se facilita si se opera en un cuerpo sano, las sociedades deben ser esencialmente sanas para vencer la corrupción. Como dice el investigador Vincenzo Ruggiero: “no se puede decir que el crimen organizado está corrompiendo un país, es mejor decir que el país es tan corrupto que el crimen organizado encuentra que es más fácil trabajar en él”.
La dimensión social del problema del narcotráfico debe ser siempre tenida en cuenta. La pobreza es, desgraciadamente, un campo fértil para la proliferación del narcotráfico. De un lado los pobres son víctimas vulnerables para la adicción a las drogas, por ejemplo con el consumo de sustancias baratas y temibles como el “paco”. Por el otro, porque la juventud marginada es fácilmente captada como “mano de obra” de la delincuencia. Cuando se está luchando para sobrevivir es difícil reconocer códigos morales. Como en muchos crímenes, el narcotráfico tiene sus “clases” sociales. Los ejecutores de la violencia o la venta al por menor son sólo tropa, el proletariado delictivo, al servicio de una “clase” menos pobre y menos sufrida. La acción y contención social es una condición casi ineludible en la lucha contra el narcotráfico.
La cooperación internacional no es una utopía. Existen instrumentos legales que permiten la creación de una red igualmente eficaz para combatir el narcotráfico sin necesidad de inventar nada. La legislación penal y preventiva de casi todos los países latinoamericanos contiene disposiciones similares para combatir el narcotráfico de modo que la incompatibilidad jurídica no es un problema. También hay una amplia y práctica de orientación internacional en la materia que favorece la cooperación mediante propuestas concretas y complementarias entre sí. Además de los muchos convenios bilaterales y multilaterales permítasenos recordar dos tratados internacionales fundamentales: la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas de 1988 y la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional aprobada en 2000. Casi todos los países latinoamericanos han ratificado ambas convenciones. En consecuencia, la cooperación depende la voluntad política y administrativa de los Estados.

¿Legalizar el consumo de la droga?
Los defensores de la liberalización del consumo no solo invocan el derecho a ejercer sus libertades individuales, también alegan que la legalización del consumo de droga reduciría la actividad delictiva, los precios de los estupefacientes y los ingentes gastos que demandan su combate.
En realidad las prohibiciones absolutas de estas conductas rara vez son eficaces a largo plazo en sociedades pluralistas. Un caso bien conocido es la prohibición de producción y consumo del alcohol de la famosa ley seca en Estados Unidos que favoreció la proliferación del crimen organizado y que, de hecho, obligó a abolirla a los pocos años. Sin embargo, la derogación de la ley no significó la disolución de las mafias, que sobrevivieron dedicándose a otras actividades delictivas (juegos de azar, prostitución, drogas, etc.)
En la actualidad más bien está en debate la despenalización del consumo individual de drogas. En los pocos países que han comenzado a experimentar en esta apertura, la autorización se refiere a consumir y disponer de drogas para uso personal. En otros casos se autorizan la venta restringida sólo de marihuana, como en Uruguay y los Estados de Colorado y Washington de Estados Unidos, o el consumo en áreas cerradas (por ejemplo, coffee shops, plazas) en Holanda y Suiza. En varios países europeos se admiten consumos restringidos aunque siempre se prohíbe la publicidad (España, Portugal, Holanda).
En síntesis, por diversas razones hay una tendencia a no penalizar el consumo y tenencia personal de drogas (principalmente marihuana). Las autorizaciones de venta o consumo están sujetas a restricciones que implican un aceitado control administrativo o en países con poblaciones reducidas más fáciles de controlar.

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Quizás el narcotráfico sea la “epidemia” de nuestra época, fomentada por técnicas que progresan más rápidamente de lo controlable así como medios de transporte y comunicación sofisticados. Sin embargo, la misma tecnología que la alimenta puede ayudar para su combate. Como siempre, todo es cuestión de voluntad política de los Estados, de administraciones más abiertas hacia lo universal y dotadas de la inteligencia necesaria para abrir los círculos domésticos de sus burocracias. Necesita también de una sociedad sana que sólo se construye con seres humanos sanos. Y aquí arranca la ética.

Las estadísticas citadas son promedios de franjas de estimaciones máximas y mínimas. Los datos provienen de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), World 2014 Drug Report, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Internacional de Trabajo (OIT) y la Organización de Naciones Unidas contra el Sida (ONUSIDA).

 

 El autor es Doctor en Ciencias Jurídicas. Ex representante en las Naciones Unidas para los refugiados.

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