Reflexión testimonial de un funcionario argentino, profundo conocedor de la sociedad y el gobierno cubano.

La histórica decisión anunciada el pasado miércoles 17 de diciembre por el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba luego de más de cinco décadas de enfrentamiento, fue plasmada al día siguiente con el atinado titular del diario La Nación de Buenos Aires: el giro es “histórico para toda América”. No lo es sólo para los dos países americanos enfrentados, sino particularmente para el resto de América Latina, ya que al escenario económico y político de nuestra región podrían aguardarle momentos inéditos y hasta giros sorprendentes. Asimismo, la exitosa mediación del papa Francisco, el primer latinoamericano en acceder a la Silla de Pedro, continúa sumando triunfos y aumentando la creciente popularidad de un hombre de Dios, tan sencillo como empeñado en dialogar y abrir puertas en todos los ámbitos.

Estuve destinado en la embajada argentina en Cuba, en el segundo puesto jerárquico, desde septiembre de 2006 hasta septiembre de 2009. Mi estadía coincidió con los primeros años de Raúl Castro como presidente de Cuba y con la segunda visita de un jefe de Estado argentino a la isla: después de Raúl Alfonsín en 1986, arribó a La Habana la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en enero de 2009 (cuando Obama asumía su primer mandato). Recorrí la isla entera, incluida la Isla de la Juventud, donde estudiaba medicina un nutrido grupo de becarios argentinos. Mi conocimiento fue integral e incluyó recorrer todo tipo de barrios y regiones y hablar con los cubanos de a pie. Modestamente, cuando hablo o escribo sobre Cuba lo hago sobre lo que vi, no sobre lo que me contaron o leí. Estoy escribiendo una tesis doctoral sobre la Cuba que dejé en 2009.

La consecuencia más importante del restablecimiento de relaciones diplomáticas será el paulatino levantamiento del embargo o bloqueo, según lo denominan norteamericanos o cubanos. No será fácil para Obama: de las sanciones que integran el bloqueo, algunas puede destrabarlas el presidente pero sobre otras, muy gravitantes, decide un Congreso integrado ahora con una mayoría republicana que resolvió dar batalla. En La Habana yo estaba a cargo de la promoción comercial y visitaba cada noviembre la Feria Internacional, donde se observaba un creciente número de empresas norteamericanas. Bush había excluido del bloqueo la exportación de alimentos a la isla, hasta llegar a convertirse los Estados Unidos en su principal proveedor. Por la feria visitaban Cuba gobernadores de Estados norteamericanos con el seguro encargo de sus hombres de negocios de bregar en Washington por el fin de las sanciones. Querían aumentar sus negocios que, es cierto, a la vez beneficiaban a las exhaustas arcas del Estado cubano. Pero también mejoraban la vida de la gente común, algo que suele omitirse, sobre todo cuando se vive fuera de Cuba.

Aunque los republicanos procuren bloquearlo todo ˗quizás, incluso, la designación de un embajador˗, no creo que a mediano y largo plazo puedan torcerse las implicancias de esta decisión histórica. Posiblemente los Estados Unidos comiencen con un encargado de negocios y una fuerte inercia de cambio. Pero, tarde o temprano, la razón y los intereses van a imponerse.

Es deseable que la mejora económica que se avecina para la maravillosa sociedad cubana traiga consigo, con el tiempo, otros beneficios inherentes a la condición humana, necesarios para todos los cubanos.

El autor es  diplomático.

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