Ayer y hoy cristianos en todo el mundo son víctimas de la violencia por su fe religiosa o su compromiso social.
“Yo lloré –reveló el papa Francisco– cuando vi en los medios la noticia de cristianos crucificados en cierto país no cristiano”. Incluso hoy en día –subrayó– hay gente “que en nombre de Dios, mata, persigue”.
Durante el siglo XX murieron 45 millones de cristianos a manos de musulmanes y de comunistas. Asesinatos, torturas, secuestros, esclavitud, tráfico de mujeres y niños se repiten todavía hoy. La organización Ayuda a la Iglesia Necesitada señala 14 países en los que existen graves limitaciones legales a la libertad religiosa: Bhutan, China, Cuba, Irán, Corea del Norte, Laos, Maldivas, Myanmar, Nigeria, Pakistán, Arabia Saudita, Sudán, Turkmenistán y Yemen. Peter Hammond, experto en cuestiones sudanesas, hizo una gravísima afirmación: “Cuando las víctimas son los cristianos, los medios de comunicación no cuentan la historia”.
Desde que se inició la insurrección contra el gobierno sirio de Bashar Al Assad, que derivó en una cruenta guerra civil que continúa hoy, han perdido la vida más de 150 mil personas, al tiempo que cientos de miles de refugiados escaparon fuera de las fronteras de Siria. Entre los integrantes de la rebelión, cada día cobran más fuerza las facciones del fundamentalismo islámico que proclaman una presunta “guerra santa”. Se han ensañado contra las poblaciones cristianas, cuya presencia en Siria se remonta a milenios y ahora se producen degüellos, asesinatos de ancianos, niños y mujeres embarazadas, y hasta crucifixiones por negarse a abjurar de su fe y no renunciar a sus creencias para aceptar la conversión al Islam.
En Sudán, desde finales del siglo XIX, la población se vio sometida a un proceso de islamización; comenzó a exaltarse de manera extremista para transformar el país en una república árabe-islámica. En esa tierra ya murieron casi dos millones de cristianos. La apostasía es castigada con la muerte. En la India, grupos fundamentalistas hindúes castigan y persiguen con violencia a los cristianos, principalmente en el estado de Orissa, donde se dan asesinatos, incendios de iglesias, destrucción de casas y huida forzosa hacia otros estados más tolerantes. En China, el cristianismo tampoco está exento de persecución y muerte. Sabidas son las diferencias que existen entre el Vaticano y la Iglesia oficial china (los obispos son elegidos por el Partido Comunista). Los católicos fieles a Roma practican el culto recluidos en sus hogares, escondiéndose de la policía y obligados a vivir en la clandestinidad. También se dan situaciones de discriminación religiosa en Irán, donde el Islam chií se identifica con la estructura del Estado. El problema más grave se verifica con los convertidos, ilegales de hecho. Muy a menudo deben esconder su nueva fe incluso a la familia, o bien deciden emigrar para poderla hacer pública. La apostasía se condena con la muerte, encomendada a menudo por los mismos parientes del convertido. En Irak los terroristas frecuentemente bombardean iglesias cristianas. De ahí que muchos cristianos iraquíes decidan salir del país. La policía religiosa de Arabia Saudita encarcela a miembros de los grupos minoritarios, a quienes se libera sólo tras haber firmado un documento en el que abjuran de su fe. En Indonesia, el país más grande del mundo con mayoría musulmana, los grupos fundamentalistas destruyen iglesias y atacan a sacerdotes y pastores.
En África, presencia de fundamentalistas musulmanes
En diciembre de 2013, en Nigeria, el grupo fundamentalista islámico Boko Haram atacó a un grupo de iglesias en Navidad, provocando decenas de muertos y heridos, y otro tanto sucedió en una iglesia de cristianos coptos en Alejandría, Egipto, a raíz de un atentado atribuido a los Hermanos Musulmanes. En mayo, en la República Centroafricana, se dio la llamada “masacre de Fátima”. Se dice que hubo 17 muertos. “En realidad no sabemos cuántas víctimas hay, ni heridos. Se llevaron a mucha gente, pero todavía no tenemos información confiable”, comentó desconsolado el párroco, Gabriele Perobelli, misionero comboniano. “Nosotros, como sea, continuaremos, no abandonaremos la parroquia. ¡Yo estoy aquí desde hace 16 años y no tengo ninguna intención de irme!”. Esta actitud de no abandonar el lugar a pesar de las amenazas es un fenómeno que se repite en distintos países de misión.
Argelia, recibió la predicación evangélica en los primeros siglos de la era cristiana, los avatares de la historia hicieron que la población actual sea mayoritariamente musulmana. En los últimos años diversas formas de violencia acabaron con la vida de miles de argelinos y de algunos extranjeros, la mayoría civiles indefensos. Pero el caso más emblemático fue el asesinato de siete monjes trapenses que convivían en el monasterio de Tibhirine. Procedentes de Francia, se dedicaban a la oración y al servicio. Querían mostrar que era posible una convivencia fecunda entre cristianos y musulmanes. Pero hechos de violencia convirtieron muy inseguro ese territorio. Las autoridades locales los invitaron a trasladarse, y se negaron. Luego, un jefe de los grupos terroristas también les pidió que se marchasen. Le contestaron que estaban allí como hombres de paz, como religiosos. El 24 de diciembre de 1995 se presentó un grupo de terroristas en el monasterio. Exigieron medicinas y dinero. Y que uno de los monjes, el hermano Luc (un médico de 80 años, muy amado por la gente del lugar), dejase el monasterio para atender a los terroristas heridos. El superior, Christian de Chergé, respondió que sus peticiones eran imposibles. El abad invitó a los monjes a decidir si permanecer en el monasterio o abandonar la zona. Uno por uno dieron su sí a la idea de seguir en el lugar al que Dios los había destinado. El 21 de mayo de 1996 los siete monjes fueron asesinados.
Las víctimas en América latina
La Iglesia de América latina ha dado un número muy importante de mártires en las últimas décadas. Obispos, sacerdotes, religiosas, misioneros y laicos ofrendaron sus vidas, víctimas de ideologías políticas, de la violencia y últimamente del narcotráfico. En Colombia los organismos del Estado, terratenientes, narcotraficantes, paramilitares y políticos constituyeron una organización criminal que se propuso infundir el terror mediante el exterminio de cuantos estaban al servicio de la comunidad. Por eso en 1990 asesinaron al padre Tiberio Fernández, párroco y líder comunitario en Trujillo. En el funeral, el obispo Roberto López afirmó que “sus verdugos lo torturaron con sevicia cercana a la barbarie. Le negaron todo respeto a su carácter de hombre de bien, despreciaron por completo su dignidad de persona humana”.
Otro asesinato de resonancia internacional fue el del arzobispo de El Salvador, Óscar Romero, quien minutos antes de que estallaran los disparos mientras celebraba la misa en el Hospital del Divino Salvador había dicho, con admirable lucidez premonitoria, que se unía “al sufrimiento y dolor de Cristo para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”.
También es recordado el asesinato del cardenal mexicano Juan José Posadas en el aeropuerto de Guadalajara en 1993, un hecho que todavía no ha sido esclarecido. Posadas llevaba documentación sobre la corrupción en el gobierno, que le entregaría al nuncio para que se conociera en la Santa Sede. El presidente Salinas de Gortari atribuyó el hecho a la masonería.
El obispo guatemalteco Juan Gerardo fue un gran defensor de los sectores más empobrecidos, que eran frecuentes víctimas de la violencia política. Férreo defensor de los derechos humanos, fue amenazado y debió vivir en el exilio. Pero al ser depuesto el dictador militar Romeo Lucas García en 1982, regresó al país y elaboró un duro informe sobre los numerosos abusos cometidos durante la dictadura, que se editó en cuatro tomos y tenía como título “Guatemala, nunca más”. Esto significó que le dictaran la sentencia de muerte. Fue asesinado en su casa parroquial el 26 de abril de 1988, con la complicidad de un sacerdote que convivía con él. Al año siguiente, en El Salvador, cuatro hombres armados y encapuchados asesinaron a seis jesuitas (Ignacio Ellacuría, Amando López, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes y Joaquín López) y a dos mujeres empleadas de la Universidad centroamericana José Simeón Cañas. Como consecuencia, en estos días se procesa a 20 militares que actuaron como instrumentos de un régimen político y social que encontró insoportable el acompañamiento de los sacerdotes a los más pobres de San Salvador.
Brasil cuenta con inescrupulosos terratenientes en la región de Pará. Grupos defensores dicen que los conflictos por la tierra entre los grandes terratenientes y los campesinos pobres provocaron 1200 asesinatos en los últimos 20 años. Dorothy Stang, religiosa de 73 años, de nacionalidad norteamericana y naturalizada brasileña, fue asesinada el 12 de febrero de 2005, cuando dos hombres le dispararon seis tiros a quemarropa. Había llegado hacía 30 años y fundó 22 escuelas y un centro de formación de profesores. De promotora de la educación pasó a ser defensora de la reforma agraria y de la preservación del Amazonas. Uno de los presuntos cerebros del asesinado de la religiosa es el único de esos acusados que está en la cárcel.
Cuba es un caso totalmente distinto. Allí la Constitución de 1976 proclama el ateísmo del Estado, aunque la visita de Juan Pablo II en 1998 representó el principio de una apertura y de un parcial deshielo que se manifestó en la autorización a algunos obispos de transmitir un mensaje de 12 minutos en la Semana Santa de 2006. Fue la primera vez, en 46 años de gobierno comunista, que sucedía algo parecido. Posteriormente, conversaciones del cardenal Jaime Ortega con el presidente Raúl Castro permitieron la liberación de presos “de conciencia”.
Los asesinados en la década del ‘70
El obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, y el padre Carlos Mugica fueron los casos que más conocidos en la Argentina por la trayectoria pastoral de ambos. Antes de la muerte de Angelelli –sentencia que se conocerá este mes–, fueron asesinados en Chamical los padres Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias y el laico Wenceslao Pedernera. Posteriormente tres sacerdotes palotinos (Pedro Dufau, Alfredo Leaden y Alfredo Kelly) y los seminaristas palotinos Salvador Barbeito y Emilio Barletti también fueron asesinados. Las fuerzas armadas torturaron y dieron muerte a las hermanas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, a los seminaristas agustinos asuncionistas Carlos di Pietro y Raúl Rodríguez, al salesiano Carlos Dorniak, a la laica Mónica Mignone, al padre Francisco Soares, al capuchino Carlos Bustos, entre otros.
Curiosamente, la mayor parte de los obispos evitó un pronunciamiento sobre si las víctimas podían ser consideradas mártires. En 1999, el entonces arzobispo Jorge Bergoglio solicitó a los familiares del padre Mugica el traslado de sus restos desde Recoleta hasta la Villa 31, donde se encuentran actualmente. La ceremonia fue presidida por él. Siendo cardenal, Bergoglio participó en La Rioja, en 2006, del homenaje al obispo Angelelli al cumplirse 30 años de su muerte. Ese mismo año presidió la misa en la iglesia de San Patricio, donde se produjo el asesinato de los cinco religiosos palotinos, a la que asistió el presidente Néstor Kirchner. Y allí inició los trámites para la canonización de los religiosos como mártires de la fe.
En la última reunión del episcopado celebrada en mayo, el titular del organismo, José María Arancedo, recordó a Carlos Mugica y dijo que su muerte “está presente en la memoria de la Iglesia”. “Fue en aquellos años duros y tristes de nuestra Patria, víctima de un asesinato”, agregó. Todo parece indicar que a los obispos se le hace difícil definir como mártires a los que fueron víctimas de la dictadura militar, cosa que no ocurre habitualmente con los cristianos que mueren en África o en Asia: pierden la vida por profesar su fe. Los matan porque son cristianos.
En el contexto que vivió el país en la década del ‘70, el elemento político jugó un papel destacado, por lo cual no resulta tan claro para los obispos si se los puede considerar mártires a todos. Pero lo cierto es que ya hay tres causas de canonización en marcha (Carlos de Dios Murias, Gabriel Longueville y Wenceslao Pedernera) que fueron alevosamente asesinados. En el caso de Angelelli, hay una lógica espera para conocer el pronunciamiento del juicio que se está realizando en La Rioja para determinar si se pronuncian por un asesinato o un accidente. También se inició el proceso de los cinco religiosos palotinos. Con algunos de los restantes el compromiso pastoral social se entrevera con lo político y crea dudas. Pero en el caso Mugica, las últimas declaraciones del arzobispo Arancedo parecen apuntar a favorecer su ingreso en el martirologio.
El autor es periodista especializado en temas religiosos.