A comienzos de mayo tuvo lugar en Rosario el Primer Congreso Nacional de Doctrina Social de la Iglesia, con importante participación de jóvenes. Las conclusiones se publicarán después de las elecciones de octubre por respeto a los laicos que participaron y que pertenecen a diferentes líneas políticas.Eran tradicionales las semanas anuales de Pastoral Social de la Iglesia realizadas en Mar del Plata. Sin excluir la investigación, se ponía el acento en la divulgación de la Doctrina, para despertar mayor conciencia social. Ahora, en cambio, se procedió a la inversa: sin excluir la divulgación, se privilegió la investigación, para encontrar mejores caminos hacia la transformación social. Fue muy ponderada, en este sentido, la palabra del jesuita Juan Carlos Scannone, de San Miguel, de renombre internacional.
Puede decirse que las Semanas tradicionales eran abiertas a los periodistas, mientras que en Rosario sólo lo eran a las sesiones plenarias, no los grupos de trabajo. ¿Había algo que ocultar en el Congreso? No al menos por razón de los temas, que son demasiado conocidos, como la pobreza y la indigencia. Más bien creo que primó el deseo de asegurar el consenso de las conclusiones. Recuerdo un encuentro en Brasil donde alguien propuso que dejaran de pagarse todas las deudas externas. Le pedí entonces al coordinador que no figurara esa propuesta como conclusión final si no podía discutirse en el plenario, al menos para aclarar a qué tipo de deudas se estaba refiriendo.
El mensaje social del Evangelio
El punto de partida del movimiento actual se encuentra en el mensaje social del Evangelio, enraizado en la fe judía, que fluye de la Ley dada por Moisés y de las visiones de los profetas. También en este sentido somos “espiritualmente semitas”, según la expresión de Pío XI. Del Decálogo deriva el llamado “derecho del pobre”, que se extendió al forastero, recordando que los judíos lo fueron en Egipto. Como no existía la “mano invisible” que reequilibrara el mercado, se estableció el año sabático, cada 7, y el año jubilar, cada 50, como una mano bien “visible”, para que los esclavos recuperaran su libertad y las familias sus bienes. La actual devolución de tierras a los pueblos originarios, en nuestro país y en toda América latina, va en esa línea, con las dificultades inherentes a todo reordenamiento jurídico. Por otro lado, el núcleo de la predicación profética se encuentra en la solidaridad con los pobres. “Cuando compartas tu pan con el hambriento –decía Isaías– tu luz brillará como la aurora”. Estas raíces judías de nuestra Doctrina Social no significan que Jesús se haya limitado a repetir las normas tradicionales. Ningún auténtico profeta sólo repite. Todos son creativos, con lo cual no ensombrecen a los precedentes sino que les otorgan una claridad mayor. La creatividad de Jesús se pone de manifiesto en sus parábolas, como la del Buen Samaritano, que se ocupó del hombre caído y lo atendió con aceite y vino, mientras que el sacerdote y el levita seguían de largo. La Iglesia aplicó después a Jesús la imagen del Buen Samaritano, quien nos cura “con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”, según un prefacio de la liturgia actual. La atención de los enfermos y afligidos supone el aceite del consuelo. La ayuda universal por hijo y el subsidio desde la semana 12 del embarazo son un sabroso vino de esperanza, escanciado por toda la sociedad argentina, que de todas maneras hubieran sido mejor establecidos por ley y no por decreto. La solidaridad espontánea de los primeros cristianos planteaba problemas delicados, como nos ocurre hoy. ¿Tengo que darle al pobre lo que me sobra o también algo de lo que necesito? Los llamados Padres de la Iglesia trataron estos problemas a partir de casos concretos y fue naciendo así una “enseñanza” social muy avanzada, pero aún no sistematizada.
Muchos de esos Padres eran obispos, pero la enseñanza no era vista como parte del magisterio oficial sino más bien como un testimonio del sentir de toda la comunidad.
La Doctrina Social de la Iglesia
Siguió la época de los doctores medievales, como santo Tomás de Aquino, que intentaron sistematizar la enseñanza previa, un tanto dispersa. Ya no se limitan a comentar textos de la Biblia sobre los pobres sino que asumen cada problema con el llamado método escolástico, considerando las razones a favor y en contra de cada posición. La enseñanza social se ubica entonces en el área de la teología moral. Vendrán luego los teólogos de la Edad Moderna, que tratarán temas nuevos, como los planteados por la conquista de América y algunas regiones de Oriente.
A la Iglesia le costó asimilar el fin de la cristiandad medieval y la ruptura de su unidad política y religiosa. Y le costó quizás más resignarse al fin del sistema de corporaciones, añorado aún en el siglo XX. Hoy ya no podemos imaginar a empresarios y sindicalistas nucleados en una sola entidad de acuerdo al sector, sino que deben negociar y buscar acuerdos en función del bien común, sin confundir las posiciones. Por otro lado, la antigua relación de las corporaciones medievales con los príncipes, es decir, con el gobierno, aún no ha sido superada en nuestro país. Los sindicalistas que desean ser gobierno o parte de él no deberían olvidar que también ellos tienen que ser controlados por los tres poderes del gobierno, algo de lo cual se está dando en los actuales juicios por medicamentos adulterados.
Empresarios y sindicalistas pueden ser elegidos, pero como representantes del pueblo, no de sus asociaciones. El rabino Sergio Bergman representa a sus adherentes, no a entidades judías. La última etapa se inicia con la encíclica Rerum novarum, de León XIII, en 1891: allí nace oficialmente la llamada “Doctrina Social”, que recoge la enseñanza de los papas y del último Concilio. Lamentablemente los teólogos, salvo Tomás de Aquino, son ignorados en el “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” (2004). Muchos los consideran “comentadores” de los documentos oficiales, cuando en realidad continúan siendo “exploradores” que se adelantan proféticamente a la redacción de los documentos.
El compromiso social de los laicos
Con el surgimiento de la Doctrina Social se dio un gran paso en la lectura de los “signos de los tiempos”, según la expresión conciliar, facilitando la búsqueda de soluciones, en diálogo con otras Iglesias y religiones, incluso con agnósticos. En nuestro país aumentan los casos concretos de acción solidaria conjunta entre personas de fe diferente: tres mujeres creativas, Marisa Bergman (judía), María Eugenia Crespo (católica) y Gabriela Cholak (musulmana) acaban de publicar un libro titulado Constructores de puentes. Una vivencia interreligiosa. Las tradicionales Semanas de Pastoral Social se movían con un paradigma “descendente”, para que la Doctrina Social de los papas llegara a los laicos y los entusiasmara. Este Primer Congreso de Rosario, en cambio, se desarrolló con un paradigma “ascendente”, que presupone el anterior. Los laicos no fueron invitados al Congreso como simples discípulos sino también como maestros. Unos 1.500 participantes, en su mayoría profesionales o personas con amplia experiencia, tenían mucho que aportar al conjunto de la Iglesia. Además de las sesiones plenarias funcionaron 20 grupos con temas específicos y participé en el de la inserción de la Argentina en América latina y en el mundo. Había posiciones enfrentadas y varios de los que hablaban, al comienzo, se dedicaban a rebatir a algún orador precedente. Pero hacia la mitad del Congreso se comprendió que con ese método podíamos continuar días y días sin arribar a ningún puerto. Comenzó entonces la búsqueda de consensos para llegar a algunas propuestas. Una que presenté y que mereció el acuerdo tenía que ver con no comenzar por esquemas teóricos sobre la integración de América latina sino profundizar los pasos ya dados, como el acuerdo de Paz y Amistad con Chile, hace un cuarto de siglo. La mediación del beato Juan Pablo II transformó la Cordillera de los Andes en un puente, después de haber sido una muralla o un foso en la época del Beagle. De modo similar, no debemos descuidar los acuerdos ya logrados sobre la pastera Botnia, cerca de Gualeguaychú.
Conclusión
Fue singular la participación de los jóvenes, que mantuvieron una cálida reunión con el cardenal Jorge Bergoglio. Esta incorporación se venía dando desde hacía unos años y es mérito, ante todo, del obispo Jorge Casaretto, presidente de la Comisión episcopal de Pastoral Social. Ambos prelados cumplirán 75 años hacia fines del presente año, y habrá renovación en varios cargos de la Conferencia episcopal. Por suerte contamos con pastores valiosos que asegurarán la continuidad de esta apertura hacia la responsabilidad de los laicos. En mi grupo ponderé al obispo Jorge Lozano, quien supo acompañar a los sobrevivientes y familias de Cromagnon y después a la gente de Gualeguaychú, donde es titular. Ha escrito sobre temas sociales, como la droga y el juego. Pero al margen del cargo que ocupe, es un religioso que sabe dialogar con los de la “vereda de enfrente” y jugarse por la protección de los más débiles.
En síntesis, se demorará unos meses la publicación de las conclusiones del Congreso de Rosario no por temor a un conflicto con el Gobierno o con dirigentes de la oposición, sino por respeto a los laicos que participaron y que pertenecen a diferentes líneas políticas, en un año super-electoral. Cuando concluya el primer tiempo del partido, el político, tendremos que empezar el segundo tiempo, el social. Los clérigos animaremos al equipo, pero los jugadores deberán ser, en primer lugar, los laicos y las laicas, los jóvenes y los voluntarios. Prevemos un alargue del partido, pero esperamos que no abunden las tarjetas rojas ni los adversarios del diálogo social.
El autor, jesuita, es profesor de Doctrina Social de la Iglesia en la Facultad de Teología de San Miguel.
1 Readers Commented
Join discussionDesde hace varios años soy un admirador de la Doctrina Social de la Iglesia. Lo cual no quiere decir que ignore – tal como lo reflejaba el editorial del Consejo de redacción de «Criterio» en el número correspondiente a mayo pasado, y que comenté en el momento oportuno – que todavía hay varias cosas para mejorar dentro de la misma. Debido a ello celebro puntualmente, en relación con el Congreso efectuado en Rosario, tres cosas. En primer lugar, que haya habido una buena presencia juvenil. Creo que cada vez hay mayor conciencia de que los jóvenes no son sólo el futuro, sino el presente, por lo que deben estar involucrados en todos los órdenes de la convivencia social. En segundo lugar, que la presencia de los laicos haya sido numerosa y que se les diera la oportunidad de una participación relevante. Ante la magnitud de los desafíos contemporáneos, frente a los que pretende dar respuesta precisamente la Doctrina Social de la Iglesia, nada mejor que escuchar la voz de todos los sectores. En tercer lugar, que se haya tenido la prudencia de decidir la publicación de las conclusiones después de las elecciones de octubre. Seguramente que esto permitirá que todos podamos analizarlas con mayor tranquilidad y sin especular sobre dobles intenciones.
Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
Doctor en Teología
Magíster en Ciencias Sociales
Licenciado y Profesor en Letras.