Réplica al cardenal Georges Cottier, publicada el 6 de Octubre de 2009, en «il Foglio».Una de las fortalezas de la Iglesia es su mirada global. En este sentido, el reciente ensayo publicado por el cardenal Georges Cottier sobre el presidente Barack Obama («La política, la moral y el pecado original», en «30 Días» n. 5, 2009) ha hecho una valiosa contribución al debate católico sobre el nuevo presidente americano. Nuestra fe nos une más allá de los límites. Lo que acontece en una nación puede tener un impacto importante en muchas otras. La opinión mundial sobre los líderes de Estados Unidos no sólo es apropiada, también debe ser bien recibida.
No obstante ello, el mundo no vive y no vota en Estados Unidos, pero los estadounidenses sí. Las realidades pastorales de cada país son mejor conocidas por los obispos locales que guían a su pueblo. Así, sobre el tema de los líderes americanos, las reflexiones de un obispo estadounidense pueden tener ciertamente un interés significativo, ya que pueden profundizar el juicio positivo del cardenal, al ofrecer una mirada diferente.
Adviértase que aquí hablo solamente a título personal. No hablo en nombre de los obispos estadounidenses entendidos como un organismo, ni en nombre de algún otro obispo. Y ni siquiera pretendo referirme al discurso del presidente Obama al mundo islámico, que el cardenal Cottier menciona en su ensayo. Para poder hacer esto sería necesario redactar otro artículo.
Por el contrario, me concentraré en el discurso de graduación pronunciado por el presidente en la Universidad de Notre Dame, y en las observaciones del cardenal Cottier a este respecto. Esta decisión está dictada por dos motivos.
Primero, los miembros de mi diócesis pertenecen a la comunidad nacional de Notre Dame, como estudiantes, graduados y padres. Cada obispo tiene un rol decisivo en la fe de las personas confiadas a sus cuidados, y Notre Dame ha sido siempre mucho más que una simple universidad católica: es un ícono de la experiencia católica americana.
Segundo, cuando el obispo local de Notre Dame se declara en desacuerdo con un determinado orador, y otros ochenta obispos y trescientos mil laicos respaldan abiertamente al obispo, toda persona razonable debe deducir que existe un problema concreto respecto a ese orador, o al menos respecto a su discurso específico. Las personas razonables pueden además elegir diferir del juicio de los pastores católicos más directamente involucrados en la controversia.
Desafortunada e inconscientemente, el ensayo del cardenal Cottier subvalora la gravedad de cuanto ha acontecido en Notre Dame. Y en forma por demás llamativa, sobrevalora la concordancia del pensamiento de Obama con la doctrina católica.
Hay varios puntos importantes para subrayar.
Primero, el desacuerdo sobre la intervención del presidente Obama en la Universidad de Notre Dame no tiene nada que ver con la cuestión si él es un hombre bueno o malo. Indudablemente, es un hombre con grandes dotes. Posee un óptimo instinto moral y político, y muestra una devoción admirable por su propia familia. Éstas son cosas que cuentan, pero desgraciadamente cuentan también estas otras: el punto de vista del presidente sobre cuestiones decisivas de bioética – incluyendo el aborto, pero sin limitarse a éste – difiere radicalmente de la doctrina católica. Es precisamente por esto que Obama ha podido contar durante muchos años con el apoyo de poderosas organizaciones favorables al “derecho al aborto”. En algunos círculos religiosos se habla de la simpatía del presidente por la doctrina social católica, pero la defensa del feto es una exigencia de justicia social. No existe ninguna «justicia social» si los miembros más jóvenes e indefensos de la especie humana pueden ser asesinados legalmente. Es cierto que los buenos programas para los pobres son vitales, pero no pueden servir para justificar esta violación fundamental de los derechos humanos.
Segundo, en algún otro momento y en otras circunstancias, la controversia en Notre Dame habría podido desaparecer fácilmente si la universidad hubiese pedido simplemente al presidente que ofreciera una conferencia pública. Pero en un momento en el que los obispos estadounidenses ya habían expresado una fuerte preocupación por las políticas abortistas de la nueva administración, la Universidad de Notre Dame ha hecho del discurso de Obama el acontecimiento culminante de la ceremonia para la entrega de los títulos de licenciatura y también le ha entregado un doctorado «honoris causa» en Leyes, esto a pesar de las inquietantes posiciones del presidente a propósito de la ley sobre el aborto y otras cuestiones sociales vinculados a ella.
La verdadera causa de las preocupaciones católicas sobre la intervención de Obama en Notre Dame fue su misma posición abiertamente negativa respecto al tema del aborto y a otras cuestiones controvertidas. Con su iniciativa, la Universidad de Notre Dame ha ignorado y violado las líneas-guía expresadas por los obispos estadounidenses en el documento “Catholics in Political Life” [Los católicos en la vida política], publicado en el 2004. En este documento, los obispos exhortaban a las instituciones católicos a no conceder honores públicos a funcionarios de gobierno que estén en desacuerdo con la doctrina de la Iglesia en cuestiones de importancia primordial.
De este modo, el áspero debate que en la primavera pasada ha dañado a los ambientes católicos estadounidenses a propósito de la condecoración otorgada a Barack Obama por la Universidad de Notre Dame no ha sido en absoluto sobre políticas partidarias. Por el contrario, remitía a cuestiones esenciales de la fe, la identidad y el testimonio católicos – impulsadas por los puntos de vista de Obama -, que el cardenal Cottier puede haber malentendido, al escribir fuera del contexto americano.
Tercero, el cardenal resalta justamente puntos de contacto entre la búsqueda, frecuentemente acentuada por Obama, de un “terreno político común” y la promoción católica del “bien común”. Estos dos objetivos (buscar un terreno político común y promover el bien común) pueden coincidir frecuentemente, pero no son la misma cosa, pueden ser muy diferentes en la práctica. Las llamadas políticas de “terreno común” sobre el aborto pueden en realidad minar hasta la raíz el bien común, porque implican una falsa unidad: establecen una plataforma de acuerdo público demasiado estrecha y débil para sostener el peso de un auténtico consenso moral. El bien común no podrá jamás ser auspiciado por aquél que tolera el asesinato de los más débiles, comenzando por los niños que todavía no han nacido.
Cuarto, el cardenal Cottier recuerda justamente a los propios lectores el respeto recíproco y el espíritu de colaboración requeridos por el principio de la ciudadanía en una democracia pluralista. Pero el pluralismo no es un fin en sí mismo, tampoco es una excusa para la inacción. Como lo ha reconocido el mismo Obama en su discurso en la Universidad de Notre Dame, la vida y la solidez de la democracia dependen de la convicción con la que la gente está dispuesta a combatir públicamente por aquello en lo que cree, en forma pacífica y legal, pero con vigor y sin lamentos.
Desafortunadamente, el presidente también ha proporcionado una curiosa observación, precisamente que “la gran ironía de la fe es que conlleva necesariamente la presencia de la duda… Pero esta duda no nos debe alejar de nuestra fe, sino que por el contrario debe hacernos más humildes”. En un cierto sentido, obviamente, esto es cierto: de este lado de la eternidad, la duda forma parte de la condición humana. Pero la duda es la ausencia de algo, no es un valor positivo. Si impide obrar a los creyentes sobre la base de las exigencias de la fe, la duda se convierte en una debilidad fatal.
La costumbre de la duda se adapta con demasiada facilidad a una especie de “increencia bautizada”: un cristianismo que es un poco más que una vaga lealtad tribal y un vocabulario espiritual conveniente. Muchísimas veces, en la reciente experiencia estadounidense, el pluralismo y la duda se han convertido en una coartada para la inercia y el letargo político y moral de los católicos. Quizás Europa es distinta. Pero me parece que el actual momento histórico (que comparten los católicos americanos y europeos) no se parece en nada a las circunstancias sociales que debieron afrontar los antiguos legisladores cristianos mencionados por el cardenal. Estos hombres tuvieron fe y también tuvieron el celo necesario (templado por la paciencia y por la inteligencia) para encarnar explícitamente en la cultura el contenido moral de su fe. En otras palabras, han edificado una civilización esculpida por la creencia cristiana. Lo que está aconteciendo hoy es algo completamente diferente.
El ensayo del cardenal Cottier es un auténtico testimonio de su propio espíritu generoso. He quedado impactado en particular por sus elogios al “humilde realismo” del presidente Obama. Espero que tenga razón. Los católicos estadounidenses desean que tenga razón. La humildad y el realismo son el terreno sobre el cual puede crecer una política fundada en el buen sentido, modesta, a medida del hombre y moral. Queda por ver si el presidente Obama puede proveer un liderazgo de este tipo. Tenemos el deber de rezar por él, para que pueda hacerlo y lo haga.