Las imágenes de la televisión china dando cuenta del primer viaje al exterior del joven autócrata norcoreano como máximo dirigente de su país a Pekin, muestran a Xi Jing Pin que habla y a Kim Jong Un que escucha.
El mensaje es claro. El joven autócrata fue convocado a la sede donde reside el poder real en la región. China no podría permitir que el anunciado futuro encuentro de Kim Jong Un con el presidente norteamericano, se produjera antes que lo hubiera hecho con el vecino líder chino, cuya autoridad acaba de ser exaltada y consolidada por el aparato del partido único.
Lo que se puede esperar, después de las bravatas norcoreanas, es que prevalezca el rol moderador de China. A la China, necesitada de consolidar su fenomenal proceso de crecimiento y distribución, no le conviene que haya más tensiones y menos que estas respondan a la errática iniciativa del líder norcoreano.
También es dable poner de relieve el papel positivo desplegado por Corea del Sur, que supo aprovechar la oportunidad de los juegos olímpicos de invierno para dar lugar a una original participación deportiva binacional y un próximo encuentro entre ambos jefes de Estado coreanos en la zona desmilitarizada de Panmunjon.
La posibilidad de que la península coreana se vea liberada de la temible presencia de armas nucleares, es ahora una hipótesis no necesariamente cercana, pero al menos concebible.