Cuando a poco de ser elegido Francisco invitó a “hacer lío“, los traductores a diferentes lenguas se encontraron con un problema. En inglés no se sabía si poner havoc, mess o qué.
En general se pensó que serían particularmente los fieles jóvenes quienes debían hacer lío. Pero Francisco decidió predicar con el ejemplo. Así ocurrió con las estructuras económicas de la propia Curia Romana y el “carrierismo” eclesiástico, cuestión que ya había sido denunciada por los dos papas que lo precedieron.
Con el tiempo fueron apareciendo otros ejemplos. En Roma, un laico, casado y con hijos, el Profesor Guzmán Carriquiry, fue designado Secretario de la Comisión para América Latina de la Congregación para los Obispos. Algo inaudito. En julio pasado, con ocasión del último consistorio, se anunció la creación del primer cardenal salvadoreño. El elegido fue monseñor Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador y gran amigo del asesinado obispo Oscar Romero (no el actual titular de la arquidiócesis centroamericana). Entre nosotros, el nuevo titular del arzobispado de Tucumán no será un obispo ya consagrado sino un presbítero de la misma diócesis, el sacerdote Carlos Alberto Sánchez.
El comentarista vaticano de la revista Il Regno, Luigi Accattoli tradujo el “hacer lío” como fare casino.
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Join discussionEs difícil de creer pero en apenas cuatro años, nuestro Papa ha tenido un profundo impacto, ha cambiado fundamentalmente la manera en que vemos la iglesia. Lo consiguió hablando y actuando en forma clara y sencilla, no abstracta y aburrida. Toda una novedad.
En primer lugar, el Papa ha llamado a una nueva forma de evangelizar. Nos dice que las primeras palabras de la evangelización deberán estar relacionadas con la compasión y la misericordia de Dios, en lugar de ser una lista de dogmas y reglas que deben ser aceptadas obsesivamente.
Nuestra respuesta, dice, es mostrar compasión y amor a todos nuestros hermanos y hermanas, especialmente a los pobres y marginados. No sólo habla de esto, lo hace a través de gestos de acercamiento concreto a los refugiados, las personas sin hogar, los presos y los enfermos.
En segundo lugar, Francisco está permitiendo la discusión abierta y el debate en la iglesia. Él no se escandaliza por los desacuerdos, incluso sobre la doctrina. Es imposible exagerar lo extraordinario que es esto. Sólo durante el Vaticano II fue posible un debate de este tipo. Durante los dos últimos pontificados, el disenso se condenó y suprimió rotundamente. Las teologías de Juan Pablo II y Benedicto XVI no podían ser cuestionadas de ninguna forma.
Bajo Francisco, los participantes sinodales fueron alentados por el Papa a expresar sus opiniones con valentía y a no preocuparse por no estar de acuerdo con él. El resultado fue un intercambio más libre de puntos de vista, los desacuerdos e incluso la crítica pura y simple del Papa por algunos cardenales conservadores fueron públicos. Todo esto no habría sido permitido por los papas anteriores.
En tercer lugar, el cardenal Burke y los críticos del papa están en lo cierto; el Papa presenta una nueva forma de pensar acerca de los problemas morales en el capítulo 8 de Amoris Laetitia. Él está alejando la iglesia de una ética basada en reglas a otra basada en el discernimiento. Hechos, circunstancias y motivaciones son importantes en esa ética.
Bajo este enfoque de la teología moral, es posible ver la santidad y la gracia en la vida de las personas imperfectas, incluso aquellos en matrimonios irregulares. En lugar de ver el mundo como dividido entre el bien y el mal, son vistos como pecadores heridos para quienes la iglesia sirve como un hospital de campaña, donde la Eucaristía es alimento para los heridos en lugar de una recompensa para el perfecto. Ha desaparecido todo intento de asustar a la gente para que sea buena.
En cuarto lugar, el Papa ha planteado las cuestiones ambientales en un lugar central de la fe católica. Se reconoce que el calentamiento global puede ser la cuestión moral más importante del siglo 21. En su encíclica, Laudato Si’, el Papa nos dice que «Vivir nuestra vocación de ser protectores de la obra de Dios es esencial para una vida de virtud, no es una opción o un aspecto secundario de nuestra experiencia cristiana.»
Francisco también se ha movido para reformar las estructuras de gobierno de la iglesia. El artículo de Criterio muestra algunos ejemplos. Él está tratando de cambiar la cultura del clero, alejándolos del clericalismo y llamándolos a una vocación de servicio. Él quiere que los obispos y sacerdotes se vean a sí mismos como servidores del pueblo de Dios, no como Príncipes.
Finalmente, para la protección de su legado ha roto con la tradición y tomado el control del proceso de nombramiento de cardenales. En lugar de la simple promoción de prelados en sedes cardenalicias tradicionales, interviene en el colegio de los obispos y cardenales para que reflejen sus prioridades y valores. Esto aumenta las posibilidades de que su sucesor, elegido por estos cardenales, continúe su agenda y no deshaga los cambios que ha realizado.
Todo esto es revolucionario, demos gracias a Dios por todo el lío que hace Francisco.
Estimados lectores,
“El asesinado obispo Oscar Romero” cayó al pie del altar de una capilla de hospital, víctima de los violentos y asesinos. Don Oscar Arnulfo Romero murió un día Lunes que honra a toda su vida. El día anterior, el Domingo de ramos, pronunció su última homilía, diciendo:
“Cualquier proyecto histórico que no se fundamente en la dignidad de la persona humana, en el querer de Dios, en el Reino de Cristo entre los hombres, será un proyecto efímero… Por eso hay que agradecerle a la Iglesia, queridos hermanos políticos, y no pretender manipular a la Iglesia para llevarla a lo que nosotros queremos que diga, sino decir nosotros lo que la Iglesia está enseñando… Yo no tengo ninguna ambición de poder y por eso con toda libertad le digo al poder lo que está bueno y lo que está malo y a cualquier grupo político le digo lo que está bueno y lo que está malo, es mi deber.”
Don Oscar Arnulfo Romero murió como un hombre, y vivió como un santo. ¡Este monseñor hacía lío! Y vivió a la altura de las dramáticas circunstancias vividas en Honduras de los 70s.
No obstante, el señor Espeche prejuzga con el monseñor Oscar Arnulfo Romero y con todo aquel que haya sido su amigo.
¿Por qué tanta injusticia para quienes actúan a la altura de las circunstancias que les toca vivir la vida, y asumen la responsabilidad de actuar por sí, aunque les cueste la vida? La respuesta no es sencilla.
Será quizás, la soberbia y la envidia de quienes actúan y obedecen a la sombra de una autoridad cualquiera. Serán quizas, una incapacidad de reconocer a aquellos que sí son capaces y firmes para agitar y transformar una realidad adversa (“hacer lío”). Serán aquellos que perseveran en el error de suponer que no es posible aprender nada del papa Francisco, de Oscar Arnulfo Romero y de sus amigos.
La soberbia y la envidia son compañeras del dogmatismo. Somos inquisidores por ser envidiosos, y somos envidiosos por ser soberbios sin razón. Tal es la procesión de nuestros tres pecados espirituales.