En septiembre se realizó en Buenos Aires un Congreso Internacional de Teología para conmemorar los cien años de la creación de la Facultad de Teología. Nos preguntamos hoy si durante este siglo ha habido un progreso o un estancamiento de esa disciplina en la Argentina.
La teología es un quehacer creativo, una hermenéutica del mundo comprendido desde la fe, dice José Carlos Caamaño, presidente de nuestra Sociedad Argentina de Teología. Es buscar a Dios para descubrir su presencia invisible en la sociedad. Constituye un servicio a toda la comunidad, ya que la mayoría de los creyentes y no creyentes no disponen de los medios ni del tiempo necesario para realizar esa búsqueda. Como dice el papa Francisco en una carta enviada para esta ocasión, “los buenos teólogos, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle”, conviven con la gente buscando curar sus heridas, como el Buen Samaritano.
Pero los teólogos y teólogas de hoy no comienzan desde cero. Se apoyan en una comunidad teologal que los precedió desde hace más de un siglo, incluso desde la época colonial, cuando ya se reflexionaba sobre el más allá. Ahora bien, “volver la mirada hacia atrás no significa retroceder, sino dilatar el horizonte, para volver sobre las preocupaciones del presente y proyectar perspectivas de futuro”, aclaró Santiago Madrigal, otro de los expositores llegado de España.
El simple mantener la continuidad del pasado nos transformaría en “teólogos de museo” o en “balconeros de la historia”, nos advierte Francisco. Los “balconeros” contemplan los sucesos desde arriba sin comprometerse en ellos, algo así como los comentadores de la política argentina residentes en el exterior. Repetir lo proclamado por el Concilio Vaticano II nos haría perder el “espíritu profético”, señaló el cardenal Walter Kasper en su exposición. Sería conformarnos con una “teología de despacho”, dijo el Papa.
Creo que la teología en la Argentina, durante este último siglo, no se ha quedado en un “despacho”, atendiendo consultas de los que se acercan. Ha ido a las fronteras, como en el caso de la Teología de la Liberación en su versión argentina, es decir, en la Teología del Pueblo. La primera, la más difundida en América latina, tenía como trasfondo aspectos económicos, considerando a los pobres en función de los ricos, a los explotados en relación con los explotadores. Después evolucionó. La Teología del Pueblo, sin negar la realidad de los explotadores, se apoya en el tema de la cultura, para partir de la identidad de cada pueblo pobre. Son matices que nos muestran el avance teológico en nuestro país. Otro aspecto que conviene destacar es el desarrollo de la relación Fe y Cultura, a través de cantidad de iniciativas, como la de nuestra revista CRITERIO.
Conciencia y diálogo
Un binomio muy extendido para interpretar el Concilio, el de Iglesia ad intra, Iglesia ad extra, podría prestarse a confusión. Temas como la liturgia o la catequesis parecieran corresponder a la Iglesia ad intra, hacia adentro. Sin embargo, cuando en la liturgia del Viernes Santo orábamos por la “conversión” de los judíos, estábamos aterrizando plenamente en la Iglesia “hacia afuera”. Y con la catequesis sobre la autoridad absoluta del Papa estábamos empujando cada vez más lejos a los de la Iglesia Ortodoxa. Por eso, señala Madrigal, ha sido un acierto de Pablo VI retraducir el binomio “hacia adentro, hacia afuera” como “conciencia de la Iglesia” y “diálogo”, categorías más existenciales que espaciales y que se implican mutuamente, ya que el diálogo ecuménico e interreligioso es una prolongación del diálogo interno a la Iglesia. No puede ser sincero nuestro diálogo con “los de afuera” si no sabemos dialogar entre nosotros, “los de adentro”. La Iglesia no nació primero y se organizó luego, para salir después hacia afuera a misionar. Ya nació como comunidad misionera, en Pentecostés, con el don de lenguas para comunicarse con todos. Las pastorales de los obispos argentinos, cada vez más, miran a los que no van a misa, tocando temas como la droga, el juego, el alcoholismo y tantos otros, ayudándonos a revivir la Iglesia de Pentecostés.
San Juan XXIII deseaba un Concilio más pastoral que dogmático, dimensiones ambas que están presentes en todos los concilios. Si hubiera sido más bien doctrinal, se hubiera concentrado en precisar el significado de las verdades de fe. En cambio, un concilio pastoral se propone brindar “un estilo de vida” a los cristianos. Hace medio siglo nuestro estilo de vida católica era un tanto multitudinario, como los congresos eucarísticos. Hoy, nuestro estilo de vida cristiana se manifiesta en los grupos misioneros, donde los jóvenes realizan una experiencia que los marca, en nuevas formas de voluntariado, como la construcción de un techo para mi hermano, o en los grupos que acompañan a los que viven en la calle. Y un congreso eucarístico, como el que tendremos en Tucumán para el bicentenario, será con otro estilo, es decir, con mayor participación de los fieles.
El Vaticano II, como todo concilio, es un punto de llegada y un punto de partida. En algunos documentos se percibe más el punto de llegada, como en Lumen gentium y en Gaudium et spes, que ofrecen una visión completa de los temas. En otros documentos, se advierte más el punto de partida, como en Nostra aetate, sobre las religiones no cristianas. Es una cuestión abierta a la investigación de los teólogos. Porque el Concilio pondera la fe y diversas virtudes de los creyentes de otras religiones, pero no abre juicio sobre esas religiones en sí mismas, y menos sobre sus fundadores. Los musulmanes continúan preguntándonos qué piensa la Iglesia católica sobre la figura de Mahoma. No diremos que era un impostor o un promotor de la guerra santa, aunque algunos lo vean así, pero ¿era un falso profeta o un auténtico profeta? Y Buda, en Oriente, ¿fue un hombre enviado por la Providencia para conducir a millones de personas por un camino de liberación interior o fue un hombre que renunció a todo, incluso al deseo de ser feliz, para remontarse a una Nada espiritual? ¿Guarda esta actitud semejanza con alguna virtud cristiana, para poder ponderarla?
El rol de la mujer
Las cuestiones sobre la misión religiosa de Mahoma o de Buda pueden resultar un tanto “teóricas” y más propias de otros continentes. Aquí se plantean otras preguntas más bien “prácticas”, por ejemplo sobre la obligación de la misa dominical. Para cantidad de fieles ha dejado de ser una falta grave. No ven inconveniente en comulgar después de muchos domingos sin pisar la iglesia. A los que vienen a misa les decimos que estamos aquí por el gusto de orar, cantar y meditar juntos, no porque nos sintamos obligados o amenazados. Pero a los que no vienen, no sabemos con precisión qué discurso hacerles.
Entre las cuestiones que el Concilio dejó abiertas a la investigación de los teólogos, y que no son propias de un continente o de un sector de la sociedad, figura la del rol de la mujer en la Iglesia. El piso ha subido pero con el sentimiento de que hay un techo infranqueable, el de la ordenación de mujeres. El piso se ha elevado en el área del magisterio. Antes del Concilio había 30 “Doctores” de la Iglesia, todos varones. Hoy son 36, entre ellos cuatro mujeres: santa Teresa de Ávila (España), santa Catalina de Siena (Italia), santa Teresita del Niño Jesús (Francia) y la más reciente santa Hildegarda de Bingen (Alemania). Ha sido un avance significativo. Para todos los fieles, comenzando por los obispos, esas Doctoras constituyen faros orientadores.
En nuestro país, hace medio siglo se contaba sí con mujeres catequistas, pero no con teólogas o profesoras de Teología. La situación ha cambiado notablemente. En este Congreso hubo muchas teólogas participando, cada día una entre los panelistas: Sandra Arenas (Chile), Virginia Azcuy (Argentina), Margit Eckholt (Alemania), Cecilia Avenatti (SAT) y Marcela Mazzini (próxima auditora en el Sínodo sobre la Familia). El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli, en la misa de cierre, se refirió a “estudiantes, teólogos y teologandas”, como señal inclusiva de nuestro continente. Trabajemos para que el piso continúe subiendo y eso hará que también el techo algo se eleve. En los primeros siglos algunas mujeres fueron ordenadas diaconisas. Quizás vuelva a restablecerse ese rito, con una función adecuada a las necesidades actuales.
El Sínodo de la Familia
Hubo cuestiones que el Concilio dejó abiertas o entreabiertas, como las referentes a la familia. No se pronunció sobre el tema del control de natalidad, que estaba a estudio del Papa. Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae (1968), que podría ser reinterpretada hoy en el contexto de las declaraciones de diversos episcopados. Al tema del uso de medios “artificiales” para el control de la natalidad se fueron sumando muchos otros, como el alquiler de vientres en base al desarrollo tecnológico. El papa Francisco ha convocado un Sínodo, que tiene lugar estos días, para lograr algunos criterios orientadores, sin modificar la doctrina tradicional. En esta materia, la opinión de la mujer y la del hombre poseen valores equivalentes. Aquí el piso de las teólogas ha pegado un salto.
Karl Rahner, al comenzar el Concilio, recordaba la expresión de san Pablo: “No apaguéis al Espíritu”, cita retomada ahora por Madrigal. Y creo que en el Sínodo sobre la Familia, el papa Francisco nos advierte lo mismo. Antes de discutir y votar, escuchemos al Espíritu, que se manifestará mediante todos los participantes, obispos y teólogos, hombres y mujeres. “El Papa argentino ha perdido poco tiempo en especulaciones sesudas sobre la recepción y la hermenéutica del Vaticano II”, opina Madrigal. Ya antes de ser obispo, como profesor de Teología en San Miguel, percibíamos su inclinación a la pastoral más que a la especulación, su discernimiento de los carismas más que proyectos de gobierno.
El autor es profesor en la Facultad de Teología de San Miguel.