El beato Junípero Serra, conocido como el Padre de California por su perfil evangelizador, será canonizado este mes por el papa Francisco durante su visita a los Estados Unidos.
Un gran mexicano, latinoamericano y americano como Octavio Paz, premio Nobel de literatura, presentaba del siguiente modo su trayectoria personal: “en el intento de responder a la pregunta sobre México me di cuenta, en el camino, de que ser mexicano era ser latinoamericano y vecino de los Estados Unidos. En mi reflexión sobre la historia de México, la he percibido como un fragmento de la historia de América latina, la cual, al mismo tiempo, resulta ininteligible sin la historia de España y de Portugal, por una parte, e ininteligible, por otra, sin la historia de los Estados Unidos. De este modo la pregunta sobre México me abrió las puertas de la historia universal”.
Se podría incluso dar mayor radicalidad y horizonte más vasto a este apasionante itinerario. Somos hijos de la tradición apostólica y de la tradición universal de la Iglesia gracias a la gesta misionera de la cristiandad ibérica, inculturada en el mestizaje dramático y desigual del cual se generaron nuevos pueblos, cuya historia y cultura quedó signada por la fe católica.
Precisamente cuando la cristiandad europea sufría el drama mayor de su escisión, con la reforma protestante, la Providencia de Dios, en tiempos de la primera oleada de la globalización, favorecía la duplicación del orbe católico incorporando el nuevo mundo indo-ibero-americano. Su abrazo y signo de unidad fue la visitación de Nuestra Señora de Guadalupe, la Inmaculada mestiza que hacía evidente el común origen, la común vocación, la común dignidad humana, la común filiación, el común destino de todo y de todos.
Fray Junípero Serra puede ser considerado un gran testimonio de aquella corriente de santos misioneros que están en la base de la fundación de la “Ecclesia in America”. Fue un misionero de la periferia de España hasta la gran periferia del Nuevo Mundo, desde Yucatán hasta San Francisco. La memoria de este incansable itinerante del Evangelio está custodiada tanto en la isla natal de Mallorca como en muchas regiones mexicanas, pero especialmente en el “rosario de misiones” del llamado “Camino real”, como “apóstol de California”.
Sorprendente acontecimiento sinodal
Fue muy sorprendente la intuición profética de Juan Pablo II cuando convocó la Asamblea del Sínodo de América. Esta iniciativa fue anunciada en su discurso inaugural de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo, en 1992, que abría la sucesión de sínodos continentales que, dos años después, el mismo Papa proponía en su Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, en 1994 (n. 21). La Exhortación Ecclesia in America comprometía a las Iglesias de todo el continente a una mayor comunión y colaboración misionera en el horizonte de una mayor solidaridad entre los pueblos.
Ciertamente Juan Pablo II advertía que en este tiempo de globalización todas las fronteras se volvían cercanas y comunicantes. También fue significativo que el Santo Padre lanzase esta iniciativa poco después de la caída del muro en la dialéctica Este-Oeste, al final de la fase histórica del mundo bipolar de Yalta. Es bien sabido que Juan Pablo II tenía una visión geopolítica tan espiritual con misionera. En la mente del Papa otros muros debían caer como consecuencia, especialmente aquellos que separaban el Norte del Sur, el mundo del hiper-desarrollo y de la opulencia de aquel de la dependencia y del empobrecimiento, para afrontar una globalización de la solidaridad. En este sentido, el continente americano aparecía como lugar decisivo, pues, por una parte, incluía situaciones de muy desigual desarrollo y fuertes disparidades de poder, y, por otra, era lugar donde residía casi la mitad de los católicos del mundo.
Raíces comunes de la fe cristiana
El mandato apostólico de evangelizar hasta los más lejanos confines de la tierra encontró una sorprendente respuesta histórica con la expansión de la cristiandad europea en América. La reforma católica en España, anterior en el tiempo a la reforma protestante en Europa, alimentó una impresionante energía misionera hacia el Nuevo Mundo. El renacimiento de la neo-escolástica en la Universidad de Salamanca –donde el pensamiento de Francisco de Vittoria afrontó las cuestiones planteadas por la colonización y la evangelización del Nuevo Mundo–, la reforma del episcopado y del clero español emprendida por el cardenal Cisneros y sostenida por los reyes católicos, la reforma de observancia de las órdenes mendicantes, la reforma del Carmelo de Santa Teresa y San Juan de la Cruz y luego la creación de la Compañía de Jesús por el vasco Ignacio de Loyola, encubaron y animaron estas energías misioneras ad gentes.
Poco después, tras las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe –la madre mestiza que lleva a su Hijo a los nuevos pueblos, pedagoga del Evangelio inculturado–, millones de indígenas piden el bautismo en el virreinato de Nueva España y corrientes misioneras llevan el Evangelio de Cristo hacia el norte, el centro y el sur del continente.
Esta ola de la primera evangelización vivió un tiempo de asentamiento en el siglo XVII pero también un fuerte resurgimiento desde finales de dicho siglo y durante el siglo XVIII, gracias a las misiones de la Compañía de Jesús, por una parte –son muy conocidas las extraordinarias reducciones indígenas de Sudamérica, pero mucho menos sus obras en California– y a una nueva primavera de las misiones franciscanas, por otra. Más aún, en la misma embarcación que llevaba a los jesuitas deportados de California –en la inicua expulsión de la Compañía de todas las regiones del Imperio español– se embarcaron los doce franciscanos encabezados por Junípero Serra, que iban a reemplazarlos en la evangelización de aquella enorme región del norte del Virreinato de Nueva España.
Padre y protector de los indios
De los 70 mil nativos americanos que habitaban en la California, cerca de siete mil fueron libremente a vivir en las misiones franciscanas. Fray Junípero fue para ellos un gran pastor y un protector; defendió siempre la dignidad humana de los indígenas y, por ello, entró en duros conflictos con todos los comandantes militares españoles de la región. Les llevó el Evangelio, es decir la más sublime autoconsciencia de ser criaturas de Dios, a su imagen y semejanza, llamadas, por la catequesis y el bautismo, a ser sus hijos. Los llamó siempre “hijos” y cuidó de ellos en cuanto tales. Los instruyó también en los cultivos agrícolas, en la industria y en las técnicas artesanales. ¡Qué diferencia en relación con la expansión de las 13 colonias del Atlántico, donde prevalecía el proverbio “el único indio bueno es el indio muerto”!
Tratar a Fray Junípero Serra de “criminal racista”, incluso de “genocida”, como lo están haciendo hoy en día algunos grupúsculos, lobbies y medios de prensa de California, no solamente es una gruesa estupidez, sino una calumnia infame de personas ignorantes o enfermas de ideología, que no se sostiene ante la más mínima confrontación con la verdad histórica ni ante las más importantes publicaciones acerca de Fray Junípero.
Tal vez detrás de la aparente defensa de los nativos americanos se trata de esconder la verdadera historia de su miserable marginación. En efecto, la eliminación de todas las órdenes religiosas del imperio mexicano en 1822 provocó la secularización y gradual ruina de las villas misioneras y un grave daño a los indígenas, pero el golpe de gracia fue dado por la conquista del oeste, hasta la carrera del oro hacia California, desplazados los indios hacia tierras improductivas, marginados, perseguidos y despreciados. Fue luego el primer gobierno del naciente estado californiano quien persiguió a los indígenas en su territorio, usando la violencia y condenando a los supervivientes a su triste exilio y destino en las “reservas”.
Una historia poco contada
La gesta misionera y colonizadora de Fray Junípero Serra es contemporánea al proceso de unificación de las 13 colonias del litoral del Atlántico, de su Declaración de Independencia y de la Constitución de los Estados Unidos de América. Sin embargo, mucho antes de la llegada del Mayflower y de la fundación de las 13 colonias, hay una larga historia de presencia hispana, católica y misionera, que encuentra su primer momento en la fundación de San Agustín, en 1565 –el municipio de ocupación continua más antiguo de los Estados Unidos. Dicha presencia se desarrolla desde Florida y Louisiana, y luego desde el contorno del Golfo de México, desde Texas y Santa Fe, hasta el litoral Pacífico.
No fue otro que el presidente John Kennedy, en su ensayo sobre la “Nación de los inmigrantes”, quien escribió –y cito textualmente– sobre el “desconocimiento” de los americanos en relación con “el influjo, la exploración y el desarrollo hispánico bajo el que vivió el suroeste de los Estados Unidos durante el siglo XVI”. “Desgraciadamente –continúa el Presidente– son demasiados los americanos que creen que América fue descubierta en 1620 […] y olvidan la formidable aventura que tuvo lugar durante el siglo XVI y a inicios del XVII en el sur y en el suroeste de los Estados Unidos”.
Reducir la historia a la fundación, al crecimiento, a la unificación y a la expansión de las 13 colonias del litoral atlántico es, sin duda, parcial y, en cierto modo, ideológico. Ella es solamente una parte, aunque importante y hermosa, de una historia que merece ser contada de manera completa. Sin duda, los prejuicios anti-católicos –¡en tiempos de las guerras de religión!– y anti-hispánicos –¡en tiempos de guerras por la hegemonía europea y mundial!– explican este desconocimiento. Son prejuicios que tardan en morir.
Es importante agregar, sin embargo, que Kennedy no tuvo presente el hecho de que en la segunda mitad del siglo XVIII se dio un reflorecimiento de esta presencia hispana y misionera: hubo un intenso y extenso proceso de exploración, de fundaciones de “pueblos”, presidios y ranchos, en cuya realidad se inserta la gesta misionera de los franciscanos y la creación de las 21 misiones californianas, entre las que se encuentran las nueve fundadas por Fray Junípero Serra.
¿“Salvajismo contra civilización”?
La frontera como mito estadounidense, construido sobre la base de los influyentes trabajos del histórico Frederick Jackson Turner y popularizado por el western, no tuvo ninguna contrapartida análoga de parte de los hispanos en el territorio de Nuevo México. En su recopilación de 1920, The Frontier in American History, Turner, de neta tendencia anglo-céntrica, transmite la idea casi exclusiva de una expansión de los Estados Unidos en un oeste virgen y sin población, casi salvaje: el choque entre el “salvajismo” y la civilización. Se trata de una imagen que debe ser corregida para adecuarla a la verdad histórica.
En efecto, los hispanos no se limitaron a descubrir y explorar casi todo el territorio de los Estados Unidos, sino que se mantuvieron con una presencia continua y prolongada, que en regiones como California, Nuevo México, Texas, Louisiana y Florida dejaron una profunda huella cultural, notable en la toponimia de las ciudades y de la geografía, pero también en la arquitectura popular, en el urbanismo y en la transformación del paisaje urbano con la introducción de la agricultura extensiva, así como en el lenguaje y en la tradición cristiana.
Incluso en la clásica película de John Ford, El Fuerte Apache, de 1948, en su versión original, la entrevista entre los oficiales del ejército y el representante del gobierno de los Estados Unidos con Cochise, jefe de la Nación Apache, sólo puede realizarse en lengua española –segunda lengua en el siglo XIX de la mayor parte de los indios del entonces suroeste de los Estados Unidos– gracias a un intérprete mexicano.
La memoria hispana y católica
La recuperación de esta memoria hispana y católica ayuda a romper muros de separación entre lo que es “anglo” y lo que es “hispano”, entre la tradición protestante y la católica, entre los Estados Unidos y América latina. Proyecta, además, una mayor comunión entre las Iglesias y una mayor solidaridad entre las naciones. Y permite a los 60 millones de hispanos que viven en los Estados Unidos liberarse de una mentalidad de extraños en ese país, apenas tolerados y con frecuencia discriminados y perseguidos, para reconocerse en línea de continuidad con todos los hispanos que durante siglos poblaron enormes regiones de los actuales Estados Unidos. Ellos pueden con toda justicia afirmar “We are americans”, sin por ello tener que abandonar sus mejores tradiciones culturales y religiosas. Su realidad requiere una seria, razonable y equitativa reforma de las migraciones, en el respecto las leyes del país y de los derechos de los inmigrantes y de sus familias.
Una nueva evangelización
Pienso que la deseada canonización de Fray Junípero Serra suscitará una renovada devoción no sólo por parte de los hispanos, sino de todos los norteamericanos. Sin embargo, para toda la Iglesia en los Estados Unidos y en particular para las diócesis de San Diego, Los Ángeles, Monterrey y San Francisco, el testimonio de santidad y el ejemplo misionero de Fray Junípero Serra comporta una creciente responsabilidad en la evangelización de los hispanos.
En efecto, diversos institutos e investigaciones demoscópicas muestran que se asiste a una fuerte disminución del porcentaje de católicos entre los hispanos de los Estados Unidos, sobre todo entre los hispanos de reciente migración. Por una parte, pasar de un contexto social y cultural todavía marcado por una tradicional cristiandad rural a las condiciones del american way of life bajo el impacto de la sociedad y del consumo y del espectáculo, provoca una tendencia hacia la secularización. Por otra, muchos inmigrantes desenraizados de sus tierras de origen, sin una verdadera integración en el tejido parroquial, con una piedad popular gradualmente empobrecida, en la lucha ardua por integrarse en una sociedad que los margina, se sienten acogidos como “hermanos” y “hermanas” de las cálidas comunidades del evangelismo.
La Iglesia católica en los Estados Unidos debe tomar consciencia de que dentro de cinco años la población de origen hispano constituirá la mitad de la población católica del país. Con ella se pone en juego el destino de toda la catolicidad norteamericana.
La gesta misionera de Fray Junípero Serra nos enseña que hoy no puede faltar la grave responsabilidad de toda la Iglesia católica de los Estados Unidos para llevar a cabo con renovado ardor, nuevos métodos y expresiones, la atención a la tradición católica entre los hispanos, su acogida en el tejido de las comunidades locales, el respeto y el cultivo de su religiosidad popular, el crecimiento catequético y litúrgico de su fe, la educación a la vida matrimonial y familiar, la promoción de vocaciones; es decir, la ayuda fáctica a todas sus necesidades materiales y espirituales. No faltarán en este compromiso la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe y de Fray Junípero.
En la comunión de los santos
Próximamente Fray Junípero Serra enriquecerá aún más la corona de santos estadounidenses. San Isaac Jogues, S.I., Santa Teodora Guérin, S.P., y Santa Roda filipina Duchesne, R.S.C., de origen francés; Santa Francisca Javier Cabrini, M.S:C, de origen italiano; San Juan Neumann, CSSR, nativo de Bohemia; San Damián de Veuster de Molokai, nacido en Bélgica; Santa Mariananne Cope, O.S.F., de origen alemán; Santa Kateri Tekakwitha, de origen Algonquin-Mohawk; mientras que Elisabeth Ann Seaton, S.C., y Catalina Drexel, S.B.S., de larga ascendencia en los Estados Unidos. Ahora le tocaría a un primer santo hispano. ¿No vemos acaso en esta corona de santos algo así como la expresión, tanto de las corrientes de inmigración que han edificado el país con las virtudes y las obras de sus mejores hombres y mujeres, como de la catolicidad de la Iglesia?
Juan Pablo II fue muy expresivo durante su visita apostólica a Los Ángeles cuando exclamó: “Hoy en la Iglesia de Los Ángeles –pero vale para todo el país– Cristo es inglés y es español, Cristo es chino y es negro, Cristo es vietnamita y es irlandés, Cristo es coreano y es italiano, Cristo es japonés y es filipino, Cristo es nativo de América, de Croacia, de Samoa y de muchos otros gurpos étnicos. En esta Iglesia local el único Cristo resucitado, el único Señor y Salvador, vive en cada persona que ha acogido la Palabra de Dios y ha sido purificada en el agua salvífica del Bautismo. Y la Iglesia con cada uno de sus diversos miembros continúa siendo el único Cuerpo de Cristo, que profesa la misma fe, unida en la esperanza y en el amor”.
Se ha dicho que la Iglesia católica en los Estados Unidos es “un microcosmos global” que refleja la extrema heterogeneidad de los componentes del mundo entero y del mismo país en cuando procedentes de diversas olas de inmigración, ciudadanos de una misma democracia y potencia global. Al mismo tiempo es portadora de un acontecimiento de unidad, de un ímpetu de catolicidad y de una fuerza de salvación en los que se juega el destino de la Nación y de su proyección global.
Post-Data: Impresiona que el Senado de California haya muy recientemente tomado la decisión de proponer retirar la estatua de Fray Junípero de la Sala de los Notables del país en el Capitolio de Washington. Es muy difícil que este retiro se lleve a cabo y, en todo caso, ello requeriría tiempos largos para su actuación. Sin embargo, el hecho es de por sí muy significativo. ¿Se quiere tal vez sepultar en el olvido y en la ideología la extraordinaria contribución hispana, católica y misionera que está en el origen no solamente de California sino de todo el país? En un Estado en el que viven muchos millones de hispanos, cuya gran mayoría venera al beato Junípero, ¿se quiere aun más despreciar y marginar a los hispanos? ¿Se pretende eliminar al único hispano presente en el Hall de los Notables del país, mientras permanece entre ellos el séptimo Presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson, conocido por haber forzado a los indios al “camino de lágrimas”, con brutales violaciones de sus derechos, incluso del derecho a la vida? ¿Se desea cubrir a los verdaderos responsables de la masacre de los indios en la historia del país? ¿Y se desea eliminar a este santo hispano del Capitolio de Washington precisamente cuando el primer Papa hispano de la historia de la Iglesia católica se propone canonizarlo, tal vez en el Santuario nacional de Washington? ¡Qué bienvenida de parte de una tierra que se propone como abanderada de la tolerancia multicultural! ¡Cuánto se resiste a morir este enraizado prejuicio contra los hispanos y contra los católicos…!
El auto es Secretario encargado de la Vice-presidencia de la Pontificia Comisión para América latina.