Después de dos mil años, sigue emocionando a los lectores de la Biblia el relato de la mujer sorprendida en adulterio y perdonada por Jesús. La escena se conserva únicamente en el Evangelio de Juan.
Cuenta que una mañana Jesús estaba enseñando en el Templo, rodeado de gente, cuando se presentaron unos escribas y fariseos trayendo a una mujer sorprendida en adulterio. La pusieron ante él y, para tenderle una trampa, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?”. Jesús guardó silencio. Luego de un momento se inclinó y empezó a escribir con el dedo en la tierra. Los escribas, impacientes, insistieron con la pregunta. Entonces Jesús se incorporó y les dijo: “El que no tenga pecado de ustedes, que arroje la primera piedra”. E inclinándose de nuevo en el suelo continuó escribiendo. Los hombres quedaron desconcertados con su respuesta, y empezaron a retirarse “comenzando por los más viejos”. Cuando Jesús se incorporó y vio a la mujer allí sola, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?” Ella, sacando fuerzas de su vergüenza, respondió: “Nadie, señor”. Jesús le dijo: “Yo tampoco te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Juan 8,1-11).
Una treta del marido
A pesar de tener tantos detalles, muchos estudiosos consideran este episodio como no histórico, debido a sus incoherencias internas. Veámoslas.
Según el texto, la mujer fue sorprendida “en flagrante adulterio” (Jn 8,4), es decir, en el momento mismo de pecar. Pero ¿cómo hicieron para sorprenderla, en una época en que las posibilidades de que una mujer casada se relacionara con un hombre que no fuera su marido eran casi inexistentes? ¿Y cómo pudo ser sorprendida nada menos que por dos testigos oculares, que era lo que se requería para la pena de muerte? La mujer y su amante debieron de haber sido muy imprudentes para exponerse tan abiertamente y ante tanto público.
Algunos autores, notando esta dificultad, piensan que el propio marido debió de tenderle una trampa, en connivencia con dos testigos, para poder sorprenderla y denunciarla. Pero se trata de una conjetura sin ningún fundamento.
No estaban los tiradores
Si la mujer fue sorprendida en el momento mismo del adulterio, deberían haber atrapado también a su amante y haberlo llevado ante Jesús, ya que la Ley ordenaba la muerte de los dos, como leemos en el libro Deuteronomio: “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma” (Dt 22,22). ¿Por qué, entonces, los escribas y fariseos no llevaron al amante? ¿Habría alcanzado a escapar?
Según la Ley de Moisés, los dos testigos oculares eran quienes asumían la responsabilidad de la ejecución capital, y debían tirar la primera piedra (Dt 17,2-7). Sin embargo, llama la atención la ausencia de estos testigos. Por otra parte, Jesús parece modificar la legislación, diciendo que no son ellos los que deben arrojar la primera piedra sino el que no tenga pecado.
No se entiende por qué la mujer es llevada ante Jesús para que la juzgue. Lo correcto era que la llevaran ante el Sanedrín, órgano supremo de justicia judío. Si éste ya había emitido sentencia, es difícil que le pidan a Jesús una segunda opinión, permitiéndole anular el veredicto anterior. Y si no la había juzgado, ¿cómo someten la sentencia a un rabino poco ortodoxo como Jesús?
Sin problemas para opinar
El texto dice que llevaron a la mujer “para poner a prueba a Jesús y tener de qué acusarlo” (Jn 8,6). Pero ¿cuál es la trampa que quieren tenderle?
Para algunos biblistas, en la época de Jesús los romanos le habían quitado al Sanedrín el derecho a imponer la pena de muerte. Por lo tanto, si Jesús decía que la mujer debía morir, habría tenido problemas con los romanos. Y si decía que no, habría violado una orden de Moisés.
Pero esto no parece ser así. Porque si Jesús decía que a la mujer le correspondía morir, no por eso estaba incitando a que la mataran. Simplemente habría emitido una opinión jurídica. ¿Por qué se molestarían los romanos si un particular opinaba sobre la Ley mosaica? Más aún: los escribas y fariseos estaban en una situación más comprometida aún, porque ellos sí afirmaban que Moisés “ordenó” apedrearla (Jn 8,5).
Otros biblistas piensan que la trampa tenía que ver con la gente. Si Jesús decía que la apedrearan, habría perdido su perfil de maestro bueno y comprensivo. Y si opinaba que la dejaran libre, se habría mostrado contrario a la Ley de Moisés.
Pero esta interpretación tampoco cierra, porque según los Evangelios Jesús nunca tuvo problema de opinar en contra de la Ley mosaica; o al menos en contra de la forma como la interpretaban los escribas y fariseos.
Es imposible, pues, encontrar trampa alguna contra Jesús.
¡Cómo ellos van a violarla!
Frente a la acusación presentada, Jesús responde: “El que no tenga pecado que arroje la primera piedra” (Jn 8,7). ¿Por qué dice “el que no tenga pecado”, en singular, en vez de decir “los que no tengan pecado”? ¿Acaso uno solo de los presentes podía estar libre de pecado?
¿De qué pecado habla Jesús? ¿De cualquier pecado? De ser así, está diciendo que los jueces deben ser perfectos, intachables y sin defecto alguno para poder juzgar a los demás, un principio que supondría la supresión del oficio de juez.
Ante la respuesta de Jesús, los presentes comenzaron a retirarse uno por uno. Es una reacción psicológicamente absurda, puesto que con ello estaban reconociendo, ante Jesús, que eran pecadores, cuando lo que pretendían era mostrarse perfectos cumplidores de la Ley. Lo normal habría sido que, ante la respuesta de Jesús, tomaran piedras y se prepararan a lapidarla.
Al final del relato, la mujer se va liberada. Pero resulta inverosímil que los escribas y fariseos dejaran sin condena a una mujer que, según ellos, merecía la pena de muerte, violando así la Ley de Moisés que tanto defendían, sólo por las palabras de Jesús a quien, para peor, no valoraban como Maestro.
Entre dudas y sospechas
Mientras que las autoridades judías dejan sin condena a la mujer, Jesús reconoce que ella es culpable, porque le dice: “En adelante no peques más” (Jn 8,11). Aun así, no la sanciona ni castiga.
Después de recibir el perdón de Jesús, ¿qué habrá sido de la vida de esta mujer? ¿Volvió con su marido, quien seguramente no la habrá recibido? ¿Se fue con su amante, con el consiguiente escándalo social? ¿Abandonó a los dos y se quedó sola, en situación de desamparo social? Cualquier decisión le habría significado una muerte social. ¿Cómo podría haberse ido en paz?
¿Por qué los escribas eligen el tema del adulterio para tenderle una trampa a Jesús? ¿En qué sentido era éste una cuestión problemática para él?
Todas estas irregularidades han despertado sospechas entre los exegetas, y han llevado a muchos a negar la historicidad del relato.
Resolviendo inconsistencias
Sin embargo, hay una hipótesis propuesta hace unos años por el estudioso escocés Alan Watson, que puede solucionar estas anomalías y devolverle la credibilidad a la narración.
Según la hipótesis de Watson, la mujer presentada ante Jesús no había cometido adulterio según la mentalidad judía (es decir, acostándose con alguien que no era su esposo), sino que había cometido adulterio según la mentalidad de Jesús. ¿Qué significa esto? Jesús había declarado que si una mujer se divorciaba y se casaba con otro hombre, cometía adulterio (Mt 5,31-32; 19,3-9). Pues bien, la mujer llevada ante Jesús era probablemente una mujer divorciada, que había vuelto a casarse y vivía tranquilamente con su nuevo marido. Para la ley judía eso era perfectamente lícito, porque Moisés había autorizado el divorcio. Pero para las enseñanzas de Jesús, ella era una adúltera. Los fariseos, aprovechando la oportunidad que les ofrecía esta particular doctrina, sacaron a la mujer de su casa y se la presentaron diciendo que, según él, era una adúltera y debía morir apedreada.
Con este presupuesto, se explican todas las incongruencias.
Un exterminio de esposas
La mujer pudo ser encontrada “en flagrante adulterio” no porque la sorprendieron acostada con otro hombre, sino porque vivía con su segundo marido en su casa. Para Jesús, eso ya habría sido adulterio.
No llevaron al hombre que estaba con ella, porque no la habían sorprendido acostada con él sino conviviendo con él. Y para la doctrina de Jesús, el hecho de casarse de nuevo la convertía en adúltera.
No aparecen los dos testigos que la habían “sorprendido”, porque los testigos eran todos los vecinos del barrio, que la conocían y sabían de su condición de divorciada.
Se comprende por qué la mujer no había sido juzgada previamente por el Sanedrín. Porque para la ley judía, ella no estaba en falta. Sólo ante la mirada de Jesús había incurrido en pecado grave.
Se entiende cuál es la trampa que pretenden tenderle a Jesús. Según su original doctrina, la mujer era en toda regla una adúltera y había que aplicarle la norma del Deuteronomio referente a la lapidación. Si Jesús se negaba, contradecía sus propias enseñanzas. Y si lo aceptaba, provocaba un escándalo mayúsculo, castigando con la muerte a personas que la ley de Moisés no condenaba.
Tiempo de soltar las piedras
Se resuelve el enigma de la frase en singular: “el que no tenga pecado”. Se refiere al exmarido de la mujer. Para los fariseos, el hombre que se divorciaba no cometía adulterio. Para Jesús, en cambio, era el único responsable, tanto de su adulterio si se volvía a casar, como del de su exmujer si ésta también lo hacía. Era pues doblemente pecador. Porque al ser el único que tenía la iniciativa del divorcio, era quien desencadenaba los dos adulterios posteriores. Los judíos no lo veían así, y consideraban que el hombre “no tenía pecado”. De manera irónica, y a la vez genial, Jesús dice a los fariseos que llamen al antiguo marido de la mujer para que sea el primero en lanzar las piedras.
Se comprende que Jesús no habla de cualquier pecado, lo cual sería algo insostenible, sino del pecado de adulterio.
Entendemos por qué la gente se retira sin lapidarla. Jesús, astutamente, señala que el testigo ocular indicado para tirar la primera piedra es su exmarido, quien sin duda no estaba entre los presentes, ni tampoco se habría hallado en condiciones de apedrearla.
La mujer quedó sin condena por parte de los escribas y fariseos, porque para ellos no era una adúltera. Era sólo un montaje para ridiculizar las enseñanzas de Jesús.
Si bien Jesús acepta que la mujer obró mal volviéndose a casar, reconoce que su pena no es la lapidación. Fue la desprotección social la que la ha llevado a casarse nuevamente con otro hombre. Una vez “perdonada”, la mujer simplemente debía volver a la casa de su actual marido.
Finalmente, se entiende por qué el tema del adulterio resultaba ideal para tenderle una trampa a Jesús. Porque él enseñaba una doctrina sobre el divorcio más rígida que la de los fariseos, la cual permitía sacar consecuencias más duras para la gente.
No deslucir el perdón
Para que la hipótesis de Watson sea aceptable hay que responder todavía a una cuestión. ¿Por qué el texto no aclara que la adúltera era una mujer divorciada y vuelta a casar? ¿Por qué da a entender que había engañado a su esposo con otro hombre?
La respuesta parece ser ésta. El día que le presentaron la mujer acusada de adulterio, Jesús salió victorioso del debate. Pero fue una victoria a medias, porque Jesús había caído en una trampa que su misma doctrina le había tendido. Mientras la ley de Moisés consideraba adúltera sólo a la mujer casada que se acostaba con otro hombre, Jesús había extendido su significado a las mujeres legalmente divorciadas y vueltas a casar, condenando así a un grupo de personas a quienes los judíos no condenaban. Por lo tanto, Jesús terminaba apareciendo más duro y severo que los mismos rabinos judíos.
Esto hizo que las comunidades cristianas primitivas se sintieran incómodas con el relato. Para evitar el malestar, suprimieron los detalles conflictivos, es decir, que la mujer era divorciada y vuelta a casar, y que la denuncia se debió a las enseñanzas especiales de Jesús. Con ello el episodio quedó reducido a una disputa sobre el adulterio tradicional, y la figura de Jesús salió ganando. Primero, por su bondad en salvar a una mujer de la lapidación. Y segundo, porque el aprieto lo había ocasionado la Ley de Moisés y no él.
Pero se dieron cuenta de que, así como había quedado, el relato era inadecuado. No podía terminar con el simple perdón de Jesús. Para alguien que había engañado a su marido, se trataba de una despedida demasiado superficial. Le faltaba una conclusión. Y le añadieron: “En adelante no peques más” (Jn 8,11), frase que no formaba parte del episodio original, puesto que la mujer seguiría viviendo con su segundo marido.
Robos en el Paraíso
Cierto día le presentaron a Jesús una mujer divorciada y vuelta a casar, y le dijeron que, según sus enseñanzas, debía ser apedreada. La trampa parecía bien montada. Pero Jesús se libró de la encerrona con una respuesta genial. Primero, les dijo que efectivamente la mujer vivía en adulterio, pero no por culpa de ella sino de su marido, que era el verdadero transgresor de la Ley por haberla repudiado. Y segundo, les explicó que el adulterio no se resuelve a pedradas sino mediante el perdón, como él lo hizo con ella.
Este perdón de Jesús, otorgado a una mujer que había transgredido sus enseñanzas, sigue asombrando hoy en día a los lectores del Evangelio. Es que los perdones que damos en nuestra vida, los esfuerzos que hacemos para olvidar rencores, remediar ofensas y subsanar resentimientos, son los que van abriendo las puertas del nuevo mundo que vino a traer Jesús.
Cuentan que una noche entró un hombre a robar en la casa de una mujer. Ella se despertó, y al verlo, tomó un arma y lo enfrentó: “No te muevas, que llamaré a la policía”. El ladrón, sorprendido y asustado, le dijo: “No, señora, por favor”. “Cómo que no. Ahora irás a la cárcel”. “Mire, dijo sollozando el hombre, vine a robar porque tengo un hijo enfermo, y no tengo para medicamentos ni comida; perdóneme”. “Nada de perdóneme”, gritó nerviosa la mujer mientras tomaba su teléfono. El joven se echó a llorar. Como la señora era de buen corazón, le dijo: “Muy bien, te dejaré ir, pero no vuelvas a robar”. Le dio algo de dinero para los remedios y lo dejó marchar. El joven le dijo: “Gracias, la recompensaré por esto”. “¿Tú vas a recompensarme? ¡No tienes ni para comer! Márchate antes de que me arrepienta”. Pasó el tiempo, y por esas cosas de la vida el hombre y la mujer murieron el mismo día, y ambos llegan al Paraíso, el hombre por la mañana y la mujer por la tarde. San Pedro la recibió y le dijo: “Entra al Paraíso, hija”. La mujer, que era muy sincera, replicó: “Mira san Pedro, debe haber un error. Sé que tengo algunas deudas que pagar, algunos pecados que purificar; no me corresponde entrar tan fácilmente al Paraíso”. “No hay ninguna cuenta que saldar; puedes pasar”. “Pero ¿cómo es posible?”. “Mira, quizás en tu legajo había errores que purgar. Pero esta mañana pasó por aquí un ladrón, y sin que sepamos bien cómo, se llevó la hoja donde estaban anotadas todas tus culpas”.
Jesús vino a sembrar el mundo de amor. Y su compañero insustituible es el perdón. Quien no puede perdonar, es porque no tiene capacidad de amar. Y desde que Jesús enseñó a hacerlo, el perdón es la venganza de los hombres buenos.
Ariel Álvarez Valdés es Doctor en Teología
2 Readers Commented
Join discussionEl Dr. Roman Eduardo Delgado Urrea nos enseño en clases de teología aquí en Caracas, Venezuela los evangelios donde Jesús enseña sobre el perdón y el amor.
Le felicito por la luz que ofrece a la cristiandad, a los estudiosos, a los laicos, estamos viviendo dias dificiles, manipulacion, metiras, tradiciones inservibles ademas de que estamos invadidos de merolicos estafadores y explotadores de la buena fe, creo firmemente en que, «la verdad, nos hara libres»…