“Soberanía perdida”, “terroristas mapuche”, “los mapuche son chilenos invasores”, “mapuches amenazan la integridad territorial argentina”, “los mapuche y sus incesantes reclamos de tierras”, son algunos de los títulos de diarios nacionales, regionales y locales que contienen en sí mismos falacias históricas. Estas construcciones discursivas, hilvanadas con retazos de procesos históricos, resultan interpretaciones que, a la luz de proyectos políticos, económicos y sociales, se convierten en fundamento de opinión social cuando son repetidas hasta el hartazgo.
Desde que el Estado decimonónico inició su proceso de conformación e integración de los espacios considerados como República Argentina, tanto la Patagonia como el Noreste eran territorios habitados por pueblos originarios.
Desde la arqueología, la antropología y la historia ha sido ampliamente demostrado el contacto, la interacción, las migraciones y el intercambio interétnico de uno y otro lado de la cordillera de los Andes. La extensión de la cultura y presencia tehuelche hacia el norte de los ríos Limay y Negro y la extensión de la cultura y presencia mapuche hacia el este de la Cordillera, fueron procesos seculares anteriores incluso a la llegada de los españoles. Procesos que generaron a su vez nuevos grupos étnicos en distintos espacios. Estamos hablando de territorios pre-estatales a las naciones de la Argentina y Chile, de espacios comunes intercordilleranos, que fueron así denominados por quienes los habitaba a uno y otro lado de la cordillera: puelmapu (tierra del este) y gulumapu (tierra del oeste).
La cordillera comenzó a actuar como límite nacional tras las conquistas de los Estados nacionales de Argentina y Chile: la “campaña del desierto” (1879-1884) y la “pacificación de la Araucanía” (1860-1883). Denominaciones que los historiadores buscamos modificar para que sean resignificados en la curricula escolar ya que ni la campaña de la Patagonia fue una campaña sino una conquista militar, ni lo que conquistaban era un “desierto”. Tampoco la Araucanía fue precisamente “pacificada”. En síntesis, estas construcciones falaces niegan la presencia previa y ancestral de los pueblos originarios, categorizan a los mismos de acuerdo a la presencia estatal apropiándose de su espacio, y no complejizan los procesos de interacción cordillerana disfrazándola de “invasión” de una nación a otra. En términos lineales con estas construcciones históricas, los mapuche pueden ser categorizados entonces como enemigos extranjeros a quienes hay que combatir con las armas. La conquista militar se justificó, de acuerdo a lo que Pedro Navarro Floria analizó sobre el debate legislativo, en la consideración de la Patagonia como un territorio de “fronteras internas”, habitado por “rebeldes internos”[1]. Y ha sido esta consideración la que ha perdurado en el tiempo transformándolos en “enemigos” y “terroristas”. “A ambos lados de la cordillera, si bien los reductos políticos y territoriales como el País de las Manzanas del Neuquén mantuvieron su vigor, nuevos trabajos y documentaciones desdibujan la imagen de una Araucanía indómita desde el fin de la guerra de Arauco hasta la caída del fuerte de Villarrica durante la Pacificación, o hasta las campañas del general Roca de las décadas de 1870 y 1880”.[2]
Sin dudas, el clivaje histórico de anexión de esos espacios fue la conquista militar de 1879 por Julio Argentino Roca, que en el caso de la Patagonia buscó exterminar al pueblo mapuche. Esta consideración, profusamente documentada, no es sólo una interpretación histórica, cada vez más amplia y difundida[3], sino que logra desarticular y subalternizar a los pueblos originarios de toda la Patagonia. Si además de someterlos y masacrarlos, simultáneamente el Estado se apropia de su territorio, lo conquista y lo reparte dejando a los y las sobrevivientes en los márgenes del modelo productivo que impone: el golpe resulta definitivo.
Por ello, una cuestión fuertemente relacionada con la historia mapuche es el tema de la tierra y la soberanía, fuente de enormes tensiones en el pasado y el presente de este pueblo. Tras la conquista, las comunidades mapuche que lograron sobrevivir, fueron desarticuladas o trasladadas a lugares lejanos a su hábitat, generalmente pobres e infértiles. A partir de entonces las sociedades indígenas no podrían usar libremente el espacio que les había pertenecido. Basados en un modelo de tenencia de la tierra comunal donde la extensión territorial y el movimiento eran fundamentales, fueron obligados a establecerse en un territorio impuesto, reducido, en donde perdieron su identidad orgánica original. Su organización económica y social fue desestructurada y se los obligó a sobrevivir en esas circunstancias, transformándolos en criadores aislados de ganado menor o en pobladores de las reservas y reducciones indígenas.
Las tierras conquistadas fueron distribuidas por el Estado nacional argentino, mediante una extensa legislación, al sector ganadero privado que adquirió, lógicamente, las más fértiles y aptas para la cría de ganado, generando una nueva modalidad de producción, es decir, un nuevo modelo de utilización de los recursos y del espacio. Estas tierras aptas se convirtieron rápidamente en grandes extensiones en manos de unos pocos, o sea en latifundios, mientras que los espacios semiáridos y esteparios quedaron como tierras fiscales en manos del Estado. Las dificultades para el acceso a la tierra originaron la ocupación ilegal y la ocupación precaria de la misma por quienes carecían de recursos para comprarlas. La guerra, la marginalidad y la nueva distribución de la tierra dejaron una población escasa, inestable y empobrecida.
Desde el punto de vista de la memoria de las comunidades indígenas de toda la Patagonia Norte rescatada por antropólogos e historiadores, tras la catástrofe social de la conquista, la dispersión y el peregrinaje en busca de tierras, vino un período de restablecimiento y formación de nuevas comunidades en las primeras décadas del siglo XX. Pero la etapa entre 1930 y 1943 es recordada como la de una gran crisis, marcada por la explotación laboral en las estancias, y fundamentalmente por un nuevo movimiento de expulsión de familias de las tierras fiscales. Tanto la formación de los Parques Nacionales en la zona andina como la determinación de una “zona de seguridad” fronteriza con Chile, en el marco de las políticas nacionalistas generales, llevaron a despoblar los valles cordilleranos. Las comunidades indígenas volvieron a ser percibidas por el poder político, como medio siglo antes, como extranjeras en su propia tierra y riesgosas para la identidad nacional, y la educación nacional fue aculturadora ya que, en algunos casos, como la escuela granja “Ceferino Namuncurá” en Neuquén, los niños mapuches fueron separados de sus núcleos sociales originales[4].
En los últimos conflictos de tierras en Río Negro volvieron a aflorar tópicos como los ya señalados referidos al “desconocimiento” de los mapuche de la soberanía argentina y su “pretensión de constituir allí una nación extranjera”.[5]
El Foro Indígena patagónico del 12 de diciembre de 1997 en La Pampa define los conceptos de tierra y territorio del siguiente modo: “¿Qué respuesta ha dado el Estado Argentino a este derecho indiscutible? El Estado no reconoce la posibilidad del derecho al Territorio para ningún pueblo originario. Argumenta que este es un derecho exclusivo del Estado. Esto ocurre porque con autoritaria estrechez de comprensión, asocia Territorio a soberanía. ¿Acaso la soberanía es una característica exclusiva de los Estados?, nos preguntábamos. Por estas razones la política estatal y nacional y provincial reduce la demanda territorial de los Pueblos Originarios al concepto de ‘Tierra’. Ello implica reducirla al concepto de propiedad individual o colectiva. Obstinadamente no acepta que un Pueblo Originario tenga autoridad sobre un espacio geográfico determinado”.[6]
El arqueólogo y antropólogo norteamericano Tom Dillehay propone revisar estas categorías de soberanía para el mundo mapuche que él ha estudiado en la etapa colonial, cuestionando la noción de soberanía del Estado moderno y apoyándose en una definición más abarcadora basada en la relación de poder sobre territorios y poblaciones. El historiador Julio Vezub analiza este concepto reflexionándolo a la luz de la complejidad histórica de los siglos XVIII, XIX y XX en los que la Corona primero y los Estados después, irrumpieron con otras lógicas de poder y de ejercicio de la soberanía: “Las perspectivas autonomistas mapuches encontrarían su fundamento en la posición crecientemente subalterna desde la cual eran enunciadas, antes que en un modelo radicalmente distinto de politicidad”.[7]
Hemos observado cómo las interpretaciones lineales de la historia generaron construcciones distorsionadas que hasta pueden alimentar discursos xenófobos y discriminatorios. La de-construcción histórica nos permite, siempre a la luz de fuentes y nuevos marcos teóricos, introducir la multicausalidad, la escala territorial y fundamentalmente los matices que nos permitan comprender la conflictividad de los procesos históricos en una explicación polifónica que los incluya a todos, a todas a cada uno y cada una con su voz, su cultura, sus intereses y sus relatos. “La escritura de la historia es política, pero el historiador no es un juez que asigna culpas y reparaciones conforme a la trama de lectura de su tiempo”.[8]
María Andrea Nicoletti es investigadora principal CONICET en el Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio Universidad Nacional de Río Negro
[1] Navarro Floria, Pedro, (coord. y coautor), Paisajes del progreso. La resignificación de la Patagonia Norte, 1880-1916. Neuquén, EdUCo/CEP, 2007. La obra de Pedro Navarro Floria se encuentra en www.patagoniapnf.com.
[2] Vezub, Julio, “El Estado sin Estado entre los Araucanos/Mapuche”. Chúngara, Revista de Antropología chilena. Volumen 48, Nº 4, 2016. P.725.
[3] Un libro de reciente aparición recoge trabajos que aportan nuevos conocimientos a esta cuestión y polemizan sobre el tema del genocidio indígena: Larson, Carolyne R. (ed.), The Conquest of the Desert. Argentina’s Indigenous Peoples and the Battle for History, University of New Mexico Press, Albuquerque, 2020. Algunos de estos autores ya habían publicado trabajos en esta línea, tales como: Vezub, Julio, “1879-1979: Genocidio indígena, historiografía y dictadura”, Corpus, vol. 1, Nº 2, 2011, consultado el 2 octubre 2016. Delrio,Walter y Marisa Malvestitti, “Memorias del awkan”, en Delrio, Walter. et al., En el país de nomeacuerdo. Archivos y memorias del genocidio del Estado argentino sobre los pueblos originarios, 1870-1950, Buenos Aires/Viedma, UNRN, 2018. Pérez, Pilar, “Historia y silencio: la Conquista del Desierto como genocidio no-narrado”, Corpus, vol. 1, Nº 2, 2011. Lenton, Diana et al., “Genocidio y política indigenista: debates sobre la potencia explicativa de una categoría polémica”, Corpus. Archivos virtuales de la alteridad americana,2011; Roulet, Florencia, “Genocidio en las Pampas: crónica de una polémica abortada”. http://argentina.indymedia.org/news/2005/02/264061.php, 2005; Navarro Floria, Pedro, “El debate historiográfico sobre la conquista de la Patagonia en el contexto de la democracia argentina pos dictadura”, II Jornadas de Historia de la Patagonia, G. Roca, 2006, en www.patagoniapnf.com
[4] Navarro Floria, Pedro y María A Nicoletti, Los que llegaron primero. Historia indígena del Sur argentino. Buenos Aires, Deauno Documenta, 2008,p.83.
[5]https://www.lanacion.com.ar/sociedad/conflicto-mapuche-vecinos-de-villa-mascardi-pidieron-al-gobierno-que-haga-respetar-la-constitucion-nid27102021/
[6] Citado en: Carrasco, Morita, Los derechos de los pueblos indígenas en Argentina, Buenos Aires, IWGIA. 2000.
[7] Vezub,Julio, “El Estado sin Estado entre los Araucanos/Mapuche”. Chúngara, Revista de Antropología chilena. 48, 4, 2016, p.724.
[8] Rousseau, Antoine, Reseña de Larson, Carolyne R. (ed.), The Conquest of the Desert. Argentina’s Indigenous Peoples and the Battle for History, Nuevos Mundos, Mundos Nuevos,2021, p.5. https://journals.openedition.org/nuevomundo/85255.