Vivimos un tiempo extremadamente articulado que requiere de una comprensión de la realidad sin simplificaciones ni fáciles esquematismos. En esta perspectiva es necesario comprender los eventos que suceden a través de categorías complejas. Los cada vez más frecuentes atentados terroristas, desde París pasando por Mali, hasta la reciente matanza de San Bernardino en California, no sólo demandan respuestas rápidas frente al tema de la seguridad de los Estados, sino que obligan a una reflexión insoslayable sobre las señales de debilidad de nuestras sociedades fragmentadas. Hay que intentar ofrecer un diagnóstico para comprender las raíces de la enfermedad.
Daesh, ejército del terror
Isis (Estado Islámico de Irak y el Levante) en inglés y Daesh en árabe (Ŷamaʕat al-Tawhīd wal-Ŷihād), es la sigla de esta organización, que nace en mayo de 2014 como un desprendimiento de Al Qaeda, pero que se trasforma en una competidora de la organización terrorista fundada por Osama Bin Laden. La idea del Califato, planteada por el ideólogo de Daesh, Abu Bakar Al Bagdadi, es reunir en una única institución islámica a los musulmanes suníes; una organización que puede, incluso desde un punto de vista militar, cerrar a su favor una antigua y recurrente guerra intra-islámica entre suníes y chiítas. Al Qaeda fue la primera en pensar el relanzamiento de la idea del Califato. Según esta concepción jaihdista agresiva y panislámica, en los territorios dominados por Daesh se han tomado medidas de gobierno facilitando la provisión de agua, de alimentos, de energía, de transporte a sus habitantes, obviamente suníes; mientras que los demás, en esta lógica fundamentalista, o bien se deben convertir o entran a formar parte de la dhimma (una institución de ciudadano “protegido” según el derecho islámico, de segunda categoría). Sin embargo en muchas situaciones Daesh no ha aplicado este principio, transgrediendo los elementales principios de libertad religiosa de las minorías.
Daesh, como ha afirmado recientemente el subsecretario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia, Mario Giro, “está combatiendo un conflicto por el poder legitimándose con el arma de la “verdadera religión”. Es decir, se manifiesta como el único y verdadero representante del Islam contemporáneo. En el imaginario islámico se llama fitna: una escisión, un cisma en el mundo islámico. Daesh, como Al Qaeda, mata sobre todo a musulmanes y ataca a cualquiera que quiera intervenir en este conflicto. La diferencia hoy con Al Qaeda es que éste actuaba frente a Estados que todavía tenían sustancia y espesor; hoy Daesh se afirma con fuerza en todos aquellos territorios que no están controlados por el Estados o, mejor dicho, donde el Estado está ausente, o su identidad casi no existe.
Boko Haram, que actúa en Nigeria y en los confines de Camerún, es otro grupo fundamentalista que controla territorios con Estado central débil; la campaña que ejerce contra la civilización y la educación occidental forma parte de la misma mentalidad fundamentalista de Daesh; no es casual que Boko Haram, con su identidad, haya jurado fidelidad y sellado una alianza con Daesh.
¿Se puede hablar entonces de una central única del fundamentalismo terrorista, que actúa y golpea en cualquier parte del mundo? Es cierto que el fenómeno de la globalización ha favorecido la mayor coordinación entre grupos criminales, terroristas, que actúan en diferentes lugares. En ese mismo sentido para ellos también son una oportunidad las redes sociales, con fácil acceso a Internet y al ciberespacio. Por otra parte, no se puede hablar de un único cerebro que coordina los atentados que ponen en vilo a nuestras sociedades. No obstante, se puede registrar el clima de “tercera guerra mundial a pedazos”, según declaraciones del papa Francisco, que como en el caso más manifiesto de Siria e Irak, es un caldo de cultivo notable por la persistencia y el fortalecimiento del fenómeno terrorista y especialmente de Daesh. Cuanto más tiempo pasa a causa de la lentitud en la toma de decisiones de Occidente (Unión Europea, Rusia, los Estados Unidos) hay más dificultades para encontrar soluciones no armadas y poner fin a la guerra en Siria.
La cuestión de los foreign fighters
A la lógica y a la cultura bélica que está arraigada en nuestras sociedades, más allá de sus regímenes democráticos, hay que agregar el fenómeno cada vez más preocupante de los foreign fighters, nuevas generaciones europeas que se unen para combatir “nuevas guerras de liberación” en Siria, en Irak, enarbolando el ideal de la Jihad, como justificación de la inmolación de sus jóvenes vidas. Alguno de ellos ha sido considerado como un combatiente de retorno: entrenado en Siria, Irak, Afganistán o Chechenia y luego listo para matar y cumplir mandatos que los han transformado de jóvenes anónimos de las periferias de las grandes ciudades europeas a sicarios del terrorismo fundamentalista universalmente conocidos. Es necesario analizar las condiciones de frustración, rencor, marginalidad urbana, social y humana por las que transitan estas generaciones de jóvenes.
El experto de Islam Oliver Roy, describiendo a estos jóvenes, ha afirmado que no se puede hablar de una “radicalización del Islam” sino “una radicalización de la juventud”, que significa una decidida ruptura con las otras generaciones. Una generación donde prevalece el vacío de valores, un cierto nihilismo, y la fuente coránica es simplemente un pretexto. Viven con un profundo malestar existencial, una suerte de aburrimiento que provoca en jóvenes desorientados la transformación inesperada a monstruos invencibles, dispuestos a cualquier riesgo. Los jóvenes franceses kamikaze –una suerte de guerreros de la noche– que han matado a sus coetáneos en el Bataclán no son idealistas inmolados por el Islam, sino jóvenes destruidos por los mensajes consumistas de una sociedad que los ha dejado huérfanos de ideales y fáciles cómplices de los maestros del odio. Una joven adolescente europea de 15 años, que vivía en Italia, llevaba escrito un tatuaje en su brazo: “Yo amo a Isis”. Luego, casi de manera romántica, ha comenzado a frecuentar una mezquita y entonces decidió partir rumbo a Siria, donde se casó con un joven guerrillero, falleciendo posteriormente en Raqqa, uno de los bastiones del Isis, durante los bombardeos del ejército de Assad. Es una parábola común de “una vida quemada” entre la búsqueda de sentido y una fuerte anomia social.
Es necesaria, en esta perspectiva, una mayor presencia del Estado, de las instituciones educativas, de las organizaciones de la sociedad civil en las periferias anónimas y disgregadas de las grandes ciudades. La educación, tan hostigada por Boko Haram, es la propuesta al vacío existencial de estas nuevas generaciones. Además, una respuesta a esta situación puede ser la solidaridad, es decir, un genuino compromiso de los jóvenes hacia los más pobres. Otro aspecto es colmar la brecha inter-generacional como para vencer el aislamiento juvenil. La incapacidad de convivir trasciende en los prontuarios de los jóvenes terroristas: no es casual sino altamente emblemático que los lugares más afectados por los terroristas son los de la convivencia ciudadana: bares, restaurantes, teatros, canchas y no los “objetivos sensibles”, como las sedes de gobierno, bancos, etc. El blanco que ellos han indicado, la terrible paradoja de los seguidores del odio, es la convivencia, que parece utópica, en estas periferias deshumanizantes.
Por otra parte, hay que señalar la facilidad de los terroristas para obtener, en mercados clandestinos paralelos, armas; la cultura del arma es la cultura de la fuerza que trasmite seguridad a personas débiles e inseguras; sabemos que las armas sustituyen las palabras.
Combatir el fenómeno de los foreign fighters es posible integrando a las comunidades islámicas locales en el diálogo con la sociedad y no expulsándolas; en esta perspectiva han sido importantes las manifestaciones de las comunidades islámicas en Italia, Francia y España que han repudiado los atentados y se han disociado de esta lógica del odio, declarando que Daesh no representa al Islam real.
La geopolítica Mediterránea y Medio-Oriental
El cuadrante Mediterráneo y Medio Oriental muestra una complejidad creciente que necesita observarse fuera de estereotipos político-culturales obsoletos. Es cierto que la disgregación de la zona de Siriaq (Siria e Iraq juntos como Estados) ha creado nuevas condiciones geopolíticas que analizaremos brevemente a la luz del expansionismo de Daesh.
La libanización de Siria constituye una situación dramática que parece anclada en un callejón sin salida. La reciente conferencia de Viena ha acercado las posiciones entre los Estados Unidos y Rusia, creando nuevas y positivas expectativas, a pesar de la lentitud de las decisiones occidentales. Esta situación de incertidumbre acrecienta el pantano en que se mueven las milicias de Daesh y favorecen su persistencia, más allá de los bombardeos inteligentes. La situación de Alepo destruida, carente de todo, parece caer en la indiferencia de la opinión pública, a pesar del llamamiento hecho por Andrea Riccardi, proponiéndola como “ciudad abierta” y favoreciendo la constitución de corredores humanitarios, para ayudar a una población ya extremada.
En toda esta situación la guerra sin cuartel entre shiítas y sunitas repercute en los diferentes estados árabes, desde Arabia Saudita a Yemen, donde la minoría shiíta es perseguida por la sunita. Por otra parte, los intereses de Irán, mayoritariamente shiíta, no condice con cierto panislamismo de la Turquía de Erdogán. Los turcos, además, están acusados por Rusia de comprar el petróleo “manchado de sangre” de Isis, de manera clandestina. El cruce de antiguas rivalidades entre los países árabes, la cuestión de Israel y un Líbano actualmente sin presidente constitucional, complican aún más el cuadro: a todo esto hay que agregar la necesidad imperiosa de que Europa apoye de manera rápida el cierre de la crisis en Libia, donde ya hay territorios en mano de Isis, como el fortalecimiento de la experiencia democrática en Túnez, que en este último año los terroristas han intentado desestabilizar.
Todas estas áreas conflictivas necesitan la construcción de un nuevo orden internacional. La búsqueda de negociaciones políticas que podrían conducir a la conclusión de la guerra en Siria es la premisa indispensable y quizás el único camino a emprender para quitar agua al pez terrorista.
Marco Gallo es referente de la Comunidad de San’Egidio